¿Es que la gente no es gente?

¿Es que la gente no es gente?

Porque, al fin de cuentas, “ser gente” es algo más que pertenecer a una pluralidad de personas diversas, es haber alcanzado un nivel conductual superior al que originalmente traemos como parte del reino animal al cual pertenecemos.
Podemos decir que “ser gente” es algo que se logra fortificando nuestras mejores tendencias… aplastando hasta donde es posible la actividad del instintivo egoísmo necesario para la supervivencia.
Uno se pregunta ¿cuánto es necesario para vivir? …y digo para vivir bien, confortablemente, sin hambre ni sed, con recursos para enfrentar el desgaste de la vida, con acceso a los medicamentos que por lo menos, aminoran ese declive inevitable.
Por supuesto que no es tanto como para que no alcance también para los más necesitados y débiles.
Las ideas de justa distribución de bienes son ya bastantes viejas. Las teorías políticas han dado vueltas y revueltas, cayendo siempre en el fracaso. Aquellos falansterios de Fourier, aquellas propuestas de distribución justa de todo a fin de que nadie carezca de lo imprescindible, las propuestas de la Revolución Francesa (liberté, égalité, fraternité), las diversas formas accionales del sistema comunista que siempre desembocan en injusticia y crueldad para el débil, las sinuosidades de la democracia… todo ha sido frustratorio. El humano sigue siendo un animal salvaje con los colmillos manchados de sangre vieja.
Con tantas “organizaciones internacionales”, bancos mundiales, instituciones de carácter universal, multitud de siglas proclamando su adhesión al bienestar popular mundial, propuestas de unidad por el progreso colectivo, interminables y solemnes discursos de altos personajes que se reúnen en espléndidos salones ofreciendo soluciones magníficas… vamos… que dormita uno escuchando ofertas en las que nadie cree.
Ni los mismos expositores.
Ya a más de veinte siglos de las enseñanzas de Cristo, que debieron ser correctamente continuadas por la Iglesia católica que ahora está -no se sabe hasta dónde- bajo los lineamientos de un papa honrado y valiente que tiene que lidiar con una historia vaticana traicionada, maniobrar con muchos intereses materiales pretendiendo continuidades traicioneras… me pregunto: ¿hay esperanza?
Yo creo en la fuerza del espíritu. Es posible que el papa Francisco pueda poner las cosas en su sitio, hacer algo positivo con esas maravillosas fortunas vaticanas, sin perjudicar el caudal de inocente fe y devoción con que se hicieron -o regalaron- muchos de esos grandes tesoros que nunca en su origen pretendieron traicionar el mensaje del Salvador.
Estos pensamientos son hijos de las noticias que nos estallan en plena cara: los refugiados que escapan de los horrores en África arriesgándose a mar abierto en condiciones impresionantes son apenas recogidos y protegidos por Italia ante la indiferencia del resto de la Unión Europea y del mundo; el Fondo Monetario Internacional propone dejar morir los bancos más débiles para fortalecer los sanos… Colombia, un país en el que gran número de su gente ha nacido en la guerra y no sabe lo que sería vivir sin ella, acostumbrados como están al desorden y la injusticia, acaba de decir “No” al acuerdo de paz y unidad que tanto necesita.
Los grandes comiéndose a los pequeños como fieras, confundiendo a los débiles, reptando ¿“astutos”?… Nada, que nos inundamos de frustración ante lo que parece obvio…
Que es que la gente no es gente.

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