Es que los presos no se ven

Es que los presos no se ven

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
En días recientes, pasando por una avenida cerca del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, llevaba la tragedia carcelaria dominicana que alcanzó niveles dantescos en Higüey, lacerándome el alma. Al ver grupos de obreros sembrando hileras de hermosas palmas e instalando sistema de riego como parte del embellecimiento de la zona, recordé a una querida amiga italiana, fallecida hace algunos años, que, a pesar de haber sido oriunda de Brescia, poseía toda la ironía que había yo conocido en gente de Roma. La conexión vino porque cuando se empezaron a construir en el Malecón las resbalosas y absurdas aceras rosadas, ella exclamó: «Al fin, el sueño dorado de los dominicanos, el cumplimiento de su más ferviente deseo: ¡tener aceras rosadas!

Ahora, con esto de las palmeras y otros embellecimientos citadinos yo me pregunto cuántas celdas pudieran construirse con ese dinero. Cuántas grandes carpas podrían levantarse en un amplio perímetro externamente rodeado por alambre de púas, electrificado si se quiere y vigilado por un personal de seguridad desde casetas dispuestas cada cierta distancia, debidamente iluminadas y dotadas de reflectores para evitar evasiones. Cuánto costaría instalar letrinas, baños de emergencia, comedores y enfermerías para alojar los prisioneros que ahora, tras el incendio carcelario en Higüey, están más hacinados que nunca, porque hay menos espacio. Cuánto puede costar esta medida transitoria, mientras se edifican cárceles que no sean hoyos de la muerte, avance del infierno y fábricas de odio y degradación, como son todos los recintos carcelarios en el país.

Por medio de un excelente trabajo de investigación publicado en este periódico el miércoles 16 del corriente, firmado por Leonora Ramírez, nos enteramos de que en 1962, recién terminada la Era de Trujillo (bajo su mandato físico) se creó una Comisión Universitaria de Reforma Carcelaria y en 1965, durante el gobierno provisional de Héctor García Godoy, mediante Ley, se instituyó una Comisión Encargada de la Revisión de las Cárceles Nacionales. Pasaron los dos largos períodos del presidente Balaguer, como transcurrieron los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano y el primer período del Partido de la Liberación Dominicana, sin ponerle atención a tan urgente y denigrante situación. Comisiones iban y venían, declaraciones y propuestas sonaban brevemente y se evaporaban en una invencible apatía.

En abril de 1976 la Procuraduría General de la República anunciaba que la Fundación Gulf & Western pagaría los servicios de dos expertos norteamericanos para que investigaran la situación carcelaria dominicana.

¿Vinieron? ¿No vinieron? Eso no importa. Si aconsejaron algo, no los escucharon.

Para humanizar nuestras cárceles no hacen falta técnicos. Hace falta sentido humano.

Y no irse por las ramas.

He visto en la televisión la graduación de cuarenta «Vigilantes en Tratamiento Penitenciario» con sus guantes blancos abanicando el bochorno mientras desfilaban en perfecto orden.

Pero ¿cómo pueden trabajar dentro de un horroroso hacinamiento? No es secreto que existen espantosas mafias en las prisiones, con apoyo y complicidad de guardianes, militares y policiales. No es secreto que la comida que reciben, además de pésima y escasa, no incluye a la totalidad de los degradados seres humanos y que si reciben alguna magra ración de sus familiares o amigos en libertad, no hay garantía de que puedan ingerirla porque allí reina la Ley del Abuso.

En 1983, el Procurador General Antonio Rosario denunció que el setentainueve y medio por ciento de los reclusos en La Victoria eran preventivos, debido a la negligencia de los jueces. Las cosas no están mejor ahora.

Uno se pregunta, horrorizado, cuántas personas inocentes, encarceladas bajo una liviana, contundente e inhumana orden de ‘¡tránquenlo!’ han muerto achicharrados en los no escasos fuegos que en importante número de casos han tornado nuestras cárceles en Campos de Exterminio, como los nazis en Auschwitz Treblinka.

No sé cómo los jueces pueden dormir con tal culpa encima.

Ni cómo, de gobierno en gobierno, persiste la criminal indiferencia, sin que sirva de algo la Ley sobre Régimen Penitenciario promulgada en 1984.

Como hubiese dicho mi amiga bresciana: Total, los presos no se ven.

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