¿Es que no vemos la peor corrupción?

¿Es que no vemos la peor corrupción?

POR JOSÉ BAÉZ GUERRERO
La prensa vive llena de denuncias de corrupción, y estas se refieren casi todas a robos al erario, abuso de confianza de ex banqueros, prevaricación o cualquier otra de las mil formas de apropiarse de lo ajeno. Pero entre los dominicanos estamos fomentando otra clase de corrupción ajena a la riqueza material, al dinero y las mieles del poder. Se trata de la falta de integridad o debilidad anímica que violenta el mejor juicio de hombres y mujeres que tuercen su criterio o acomodan sus conciencias, “porque conviene”…

¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que la corrupción es sólo robar dinero? Faltarse a si mismo o a los lectores, como en los casos a que hago alusión, me parece una forma de corrupción tan deleznable como cualquier otra.

Ya anteriormente he referido que por definición, la corrupción es la acción y efecto de alterar y trastocar la forma de alguna cosa; echar a perder, depravar, dañar o podrir; sobornar a alguien con dádivas o de otra manera. En sentido figurado, pueden corromperse o viciarse las costumbres o el habla. Es un verbo interesante, corromper.

La etimología de esta voz es reveladora. De origen latino, usado primordialmente en la teología, corruptionem o corrupción, significaba la destrucción o el daño de cualquier cosa, especialmente por desintegración o descomposición. El diccionario Universal de Oxford, en inglés, añade que, en sentido figurado, la corrupción es “la perversión de la integridad por soborno o prebenda”, que es una de mis definiciones favoritas, por los matices que otorgan la perversión y la presunción de integridad de aquel que es corrompido. El diccionario de Webster, en cambio, ofrece una sucinta y más contundente explicación. La corrupción es, simplemente, “la perversión moral, depravación”, y su antónimo es la honestidad.

Creo que debemos distinguir dos aspectos distintos de la corrupción, el individual y el social. La corrupción social, difícilmente hace metástasis en sociedades con ciudadanos íntegros y honestos. Hay una relación inseparable entre qué clase de gente existe en cada clase de sociedad y cuán corrupta es.

Entonces, ¿son los individuos los que definen a la sociedad o si es ella la que modela a los individuos? Me he ocupado antes de esa pregunta, y es un tema al que debemos siempre volver, pero no hoy.

En estos días, por ejemplo, he visto con asombro cómo individuos que me consta irrefutablemente poseen la más baja opinión personal y profesional de colegas competidores suyos, se explayan en piropos y alabanzas sobre éstos, “porque conviene”… He visto políticos girar 180 grados en sus discursos, y sin otro argumento que la propia conveniencia, renegar de todo lo que decían eran sus más sinceras creencias… He visto al autor de las más incisivas y mordaces criticas a los autores del mayor fraude bancario del 2003, desparramarse en loas para uno de los alicates principales de esos timacles, porque conviene… He visto a políticos y periodistas ignorar con suficiencia risible al más flagrante caso de plagio que se recuerde en la prensa criolla, porque conviene…

A veces “lo que conviene” lleva a dislates enormes. Por ejemplo, en la prensa de la temporada navideña de 2006, se destaca que varios prelados opinaron sobre todo, menos del nacimiento del niño Jesús. El nacimiento de Cristo ocurrió en un momento en que en el imperio romano se realizaba un censo, cuyo propósito era poder cobrarle tributos a todos los habitantes. Veinte siglos después, en este rincón del mundo, esa misma preocupación por asuntos impositivos distrajo tanto a algunos pastores de la grey cristiana que le pusieron más asunto a lo del César, que a conmemorar la llegada de la Luz de Mundo…

Evidentemente la prudencia y la inteligencia aconsejan decir las cosas con elegancia y evitar que el mismo ejercicio de la decencia resulte escandaloso, si cabe la paradoja. Pero, ¡por Dios!, ¿es que no habrá límites a la perversión moral que significa operar en todo bajo el lema de “lo que conviene”? No se trata de rasgarse ninguna vestidura, pero muchos lectores, entre ellos viejos amigos míos, sabrán entender mi desconcierto…

j.baez@codetel.net.do

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