Leonel Fernández es un hombre afortunado. No caben dudas. A sus 57 años disfruta tranquilamente de su tercer período presidencial y ahora con un Congreso a sus pies, casi por completo.

Al parecer, es de las personas que nació estrellada. No así para estrellarse.

Leonel, con su hablar sumamente pausado y comedido, proyecta una serenidad inusual en los políticos. Serenidad que muchos han mal interpretado tildándolo de indiferente.

Su estrategia de no responder a las críticas que se le hacen, al parecer, le ha dado resultado. En él cobra fuerza el adagio popular que reza: “lo que mucho se bate hiede”.

Y a esa estrella que lo acompaña tendríamos que agregar su sagacidad en el manejo político. ¿O no fue sagaz la acción de pactar con su principal contrincante la eliminación en la Constitución de la República del “nunca jamás”?

Pacto que, definitivamente, sepultó al presidente del principal partido opositor y, al parecer, le dio fuerzas a Leonel. Eso se ha podido comprobar en la aplastante derrota que ha sufrido el PRD en las recientes elecciones congresuales y municipales.

Al punto que, no solo desde adentro, también desde afuera, comienza a presionarse para que el ingeniero Miguel Vargas renuncie como presidente de su agrupación política.

Y la suerte de Leonel lo lleva a gobernar sin oposición. Lo más parecido a vivir en el cielo. Y es que el PRD no ha hecho ningún tipo de oposición, se comporta como si fuese el principal aliado del gobierno y eso solo favorece al propio Leonel quien se ha erigido como el líder indiscutible de los peledeístas.

Leonel, sin subestimar su inteligencia y su habilidad política, es más afortunado que sagaz.