Me deleito cada día, para la gracia de Dios, de uno de los vínculos más hermosos a nivel familiar y en donde el amor se expresa de una manera particular. El amor más grande y verdadero que puede existir: El amor entre hermanos.
Es cierto que sólo quien ha experimentado lo que es convivir con personas que poseen nuestro mismo ADN, aunque con personalidades diferentes, es capaz de comprender el reto que significa a veces mantener el amor entre hermanos. Si naciste entre muchos o pocos hermanos sabes de lo que hablamos. Es uno de los amores más grandes e incondicionales que pueden existir, una bendición que Dios y la vida nos dan. Tener hermanos es un privilegio y un regalo que no todo el mundo los tiene.
Tener hermanos es la primera oportunidad de experimentar lo que será el mundo exterior al crecer. Es un aprendizaje familiar y social continuo. Dondequiera que vamos tenemos que interactuar con otros que, en muchas ocasiones, tienen opiniones y maneras de resolver los problemas que no compartimos ni entendemos, así como temperamentos que chocan con el nuestro. Y por eso, un hermano es la mejor escuela de vida y de socialización.
Nuestros hermanos son nuestros primeros amigos, confidentes, colegas, cómplices… Mientras más crece este vínculo, más se desarrolla la capacidad crítica, amando y aceptando al otro, tal cual es. Las personas que conviven con hermanos tienden a ser más capaces a la hora de resolver problemas. Y si partimos de esa premisa, compartir el techo (y en ocasiones la habitación) con un hermano puede ser la mejor escuela de vida. Un gran entrenamiento que en algún momento podremos aplicar a la vida laboral, amorosa y personal en general.
No debemos suponer que por vivir en la misma casa y tener la misma sangre, surgirá de modo espontáneo el afecto y cariño. El amor fraterno, como cualquier otro amor, se construye día a día. Los padres tenemos una gran responsabilidad en esta tarea. Es preciso que cada hijo aprecie, respete y ame a sus hermanos.
Es cierto que entre los hermanos pueden existir celos, competencias, envidias, rencores, traiciones, resentimientos y todas las sombras que opacan el corazón humano. Sin embargo, también en el amor fraterno puede existir toda la luz de la cual somos capaces de irradiar.
El amor entre hermanos y de hermanos, es fuerte, incondicional e indestructible. Se nutre de la sangre común, de la vida, de las raíces y de la historia de la familia. Es mezcla de cuidados, complicidades, secretos, peleas y reconciliaciones. Consiste en un estar siempre, a la par, cuando haga falta, más allá de las edades, las situaciones y las diferencias, sabiendo que nada, ni nadie jamás puede alejarlos y que siempre hay una razón para estar en contacto y celebrar la vida.