Habría que responder con ambivalencia la pregunta, ¿si la política es una trampa? Hay que decir: sí y no.

Juan Pablo Duarte, el patricio, definió la política como la ciencia más pura y digna de ocupar la inteligencia noble, después de la filosofía.

Mientras que en estos tiempos, un veterano y depurado periodista que habla todos los días por un famosa radioemisora, a cada momento proclama que “hace años me salí de esa trampa”, en referencia a los procesos electorales, o sea, que para él, la política es una trampa.

Si se toma en cuenta lo apasionada y envolvente que es el trajín político, hay que convenir que realmente es una trampa la política. No obstante, hemos oído decir en homilías en actos religiosos a más de un sacerdote que no podemos dejar la política a los sinvergüenzas, exhortando a sus feligreses a involucrarse en las actividades políticas.

Recientemente un grupo de jóvenes dominicanos formó una organización que busca llamar la atención a otros jóvenes de todo el país, para que se involucren en los quehaceres políticos.

¿Qué se colige? Si se deja la política en manos de los sinvergüenzas, como dice el padre Miguel Ángel Amarante, los que desde hace años vienen negociando con la política, estamos condenados a desaparecer como Estado.

Existe, entonces, la necesidad de buscar la forma de dar un giro a la actividad política en la República Dominicana.

Hay que tratar por todos los medios posibles, adecentar la actividad política, de manera tal que quienes a través de un cargo público cometan actos reñidos con las leyes, paguen por sus desmanes.

Los dominicanos no podemos seguir dejando que grupos enquistados en los partidos políticos sigan repartiéndose las arcas del Estado como un botín que le dejaron sus ancestros.

Por esa y otras razones, existe la necesidad de que hombres probos y serios se involucren en la política, para no dejar que grupos de sinvergüenzas se adueñen totalmente del país que es de todos.