Esas campanas doblan por todos

Esas campanas doblan por todos

Es tan creciente la criminalidad de todo género en el país que corremos el riesgo de resultar insensibilizados y acostumbrarnos a los horrores, como los registrados el martes 2 de este caliente agosto, cuando los periódicos registraron 14 muertes violentas, incluyendo dos feminicidios y dos suicidios. Pero en la medida en que perdamos la capacidad de asombro perderemos la batalla por la seguridad y la civilidad.

En esa jornada terrible hubo tres asesinatos impactantes, dos de los cuales están en vías de esclarecimiento y sanción. El que más horror causó fue el de la profesora Lenny Féliz y Féliz, quien apareció muerta a martillazos tras dos semanas desaparecida. Tres compañeros de profesión están siendo procesados por el crimen. Que tres “educadores” se asocien para matar a una compañera indefensa es demostrativo de la pérdida de brújula que sufre esta sociedad.

Impactó también el asesinato del teniente de la Fuerza Aérea Robinson Suárez, escolta del diputado y precandidato presidencial Pelegrín Castillo, ocurrida  en el corazón de esta capital, agravada porque al menos en dos ocasiones anteriores guardaespaldas de su misma familia habían sido objeto de violencia similar. Se amortiguó el golpe porque rápidamente las autoridades capturaron a un herido en el enfrentamiento a tiros que cobró la vida del militar, y luego a otros implicados. 

Pero el más complicado y trascendente fue sin duda el asesinato del periodista José Agustín Silvestre, tras su secuestro en La Romana, a plena luz del día y delante de testigos por cuatro hombres que lo transportaron en un vehículo para matarlo a balazos y tirarlo al borde de una carretera.

Hay múltiples agravantes en este espantoso crimen: el periodista había formulado graves denuncias de compra de autoridades civiles, militares y judiciales por parte del narcotráfico, y hasta había exhibido cheques en su programa de la televisión romanense, en emisoras capitalinas y en su periódico La Voz de la Verdad.

El secuestro y muerte de Silvestre se produjo cuando se trasladaba a San Pedro de Macorís donde se le conocería juicio sobre una demanda interpuesta por el Procurador Fiscal de La Romana, quien se consideraba difamado por las denuncias del comunicador. Puede ser que tuviera todo el derecho y hasta razón, pero quedó el agravante de que su recurso llevó ilegalmente a prisión a Silvestre hace dos meses y sólo fue liberado por denuncias y reclamos hasta internacionales.

El reciente abusivo encierro y que no le dieran protección cuando denunciaba intentos de matarlo, explican las repercusiones de su asesinato, aparentemente más alarmantes en el exterior que en nuestro adormecido país. El caso ha sido publicado por los más acreditados diarios del mundo, incluyendo al New York Times y El País de España, y las protestas y reclamos de justicia han llovido desde Amnistía Internacional, la Comisión de Libertad de Prensa de la Unesco, Reporteros sin Fronteras,  hasta la Sociedad Interamericana de Prensa y la Federación Latinoamericana de Periodistas.

Pero en el país las protestas y demandas han sido tímidas en la mayoría de los medios de comunicación, que apenas se han hecho eco de comunicados del Colegio de Periodistas y la Federación de Trabajadores de la Prensa. Algunos lo explican en que Silvestre “no era periodista”, que “apañaba narcotraficantes”, llegándose a sostener sin probarlo que había sido deportado de Estados Unidos, y otros pretextos.  

No recuerdo si conocí a José Agustín Silvestre, pero tengo entendido que ejerció el periodismo durante más de 20 años. Cualquiera que fuera su récord no merecía la ejecución de que fue víctima. Tratándose de un denunciante en medios de comunicación, no tiene que “ser de los nuestros” para que exijamos firmemente que se busque y sancione a quienes lo mandaron a matar y a los asesinos.

Lo es trascendente que mataron a un comunicador y eso reabre un expediente hace tiempo cerrado. Nos concierne a todos los que defendemos y ejercemos la libertad de expresión. Cuando mataron a Enrique Piera en 1970, muchos no nos alarmamos porque “no era de los nuestros”, y semanas después una bomba destruyó mi automóvil, y luego mataron a Goyito García Castro y a Orlando Martínez. Hace cuatro décadas aprendí a no preguntar por quién doblan las campanas. Están doblando por todos. 

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