Esas quiebras no volverán

Esas quiebras no volverán

PEDRO GIL ITURBIDES
Las quiebras de instituciones financieras y bancarias no gravitarán en lo adelante sobre el país. Para ello debe mantener su curso la concertada acción punitiva de la autoridad monetaria y financiera y de la penal. Porque se había convertido en axioma el chascarrillo que advertía que la mejor y más limpia forma de robarle al prójimo era mediante la creación y quiebra de un banco. Pero esas quiebras no volverán.

No pueden volver. Y para que ningún desvío de fondos de terceros depositados en la buena fe de un banquero repercuta sobre el país, debe funcionar una adecuada supervisión. La supervisión es vieja. La estableció el régimen de Rafael L. Trujillo cuando creó el sistema bancario. Pero como muchas otras instituciones que en la democracia perdieron su efectividad, la Superintendencia de Bancos hizo añicos la suya, apenas traspusimos el decenio de 1970.

Todavía en los días en que un crónico desencaje legal afectó al Banco de Créditos y Ahorros, esa Superintendencia funcionaba como reloj suizo. Entonces promediaba ese decenio, y el presidente de ese banco, don Antonio Ibarra Fort, me hizo llevarlo ante Joaquín Balaguer. Porque la Superintendencia no le perdonaba multas, y él deseaba resolver el problema. Otras veces he contado la pericia con que se manejó aquella crisis, en que, debe señalarse, no había asomos de fraude ni de gastos inexplicables.

Aquella misma noche en que conversaron, Balaguer trazó un plan de acción con el viejo banquero. Sabía lo que no se supo nunca de improvisados organizadores de financieras y bancos, que, tenía un nombre que cuidar. Instruyó a la Superintendencia para establecer un programa de recuperación y dio al banquero seis meses para negociar la licencia. De ahí que, poco después, ese banco cambiase su denominación por el de Banco Condal, un banco catalán. Ni siquiera el propio Balaguer repitió su receta cuando, vuelto al poder en 1986, tropezó con quiebras de improvisadas empresas financieras y bancarias.

Esos bancos creados al vapor y las financieras surgidas de la nada, fueron las que abrieron hoyos en la santabárbara de la Superintendencia. Eran, a no dudarlo, tentadoras en extremo. Recibían recursos de terceros, y pagaban intereses que excedían los aprobados por la Junta Monetaria, y los ofrecidos por la banca regulada. Hipotecaban propiedades con operaciones simuladas, a valores que estaban por encima de los precios del mercado. Por supuesto, al propietario se le hacían firmar papeles por arriba y por debajo de la mesa, que determinaron las primeras grandes quiebras. Improvisados inversionistas, advirtiendo que esta forma de estafa no tenía repercusiones penales, se dedicaron al negocio.

Tan lejos llegamos que al iniciarse el decenio de 1980 se fundó un banco con dinero prestado por el Fondo de Inversiones para el Desarrollo Económico (FIDE). Hasta aquellos aciagos días, ese fondo, creado en 1966, había sido respetado. Como intermediarios financieros actuaban hasta entonces los bancos regulados y una única y muy seria financiera, la Financiera Dominicana que por años presidió Tomás Pastoriza. Entonces llegó ese otro improvisado banquero y logró que la tradición doblegase sus normas para prestarle de esos recursos.

Como parapeto y excusa se colocó un edificio ubicado en la avenida 27 de Febrero. Por algunos meses, a raíz del préstamo, ese edificio lució un letrero en que anunciaba que estaría dedicado a actividades del ramo turístico. Porque este fue el pretexto. Más bien fue la excusa para la ruptura con las normas que, todavía por esos días, aunque ya vacilantes, imperaban en la Superintendencia de Bancos. Después, la debacle.

Pero ese panorama debe quedar atrás. Lo han dicho hace meses, en una publicación conjunta, las representaciones locales del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo ha reiterado, hace poco, un oficial de esta última organización, reguladora del desorden mayor, el que arman los gobiernos, con gastos irresponsables y endeudamientos inexplicables.

De ahí que pensemos que las quiebras bancarias deben quedar atrás. Supervisados como país desde fuera, porque no fuimos responsables para hacerlo por voluntad propia, vamos por el camino de la apropiada supervisión. Quiera Dios que no topetemos con el mismo tronco, cuando la lección del presente quede en el olvido.

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