Escalofriante infierno penitenciario

Escalofriante infierno penitenciario

DIOMEDES MERCEDES
Ni las suntuocidades turísticas y naturales del Este Costero, ni los poderes de la Virgen de la Altagracia dentro su imponente basílica, pudieron evitar la catástrofe que horneó a 134 personas, que bien o mal juzgadas y sin juzgar, perecieron en el nuevo crematorio, producto del primitivo régimen penitenciario nacional, monumentalmente exhibido en el caso, ante una sociedad con muy altos niveles de insensibilidad; anestiaciada tal vez por la recurrencia del horror que vemos y dejamos pasar. Aquí todo es nada, que se disuelve en la crónica informativa atenta al hecho criminal nuevo que vendrá, que por grave que sea igual nos dejará socialmente inmovilizados.

Dominados por una cultura de supervivencia individualizada, insensibilizados por la atrofia de la espiritualidad, donde vive lo humano como única fuerza capaz de vincularnos por los sentimientos al destino de los demás, igual que a las exigencias de ejecutorias preventivas y de solidaridad, nuestra sociedad, atrapada por poderes que quieren que pensemos que pase lo que pase, aquí no ha pasado nada, desviándonos de la realidad hacia espejismos, cursilerias sociales, consumismo, megaproyectos, etc., tal vez necesarios pero sospechosos, sin que nos sintamos responsables, haciéndonos más y más permisivos contra los atentados a la vida, a su seguridad contra los abusos y las violaciones a los atributos y derechos de las personas y de la sociedad.

Quienes aún así persistimos en que en tal estado no podemos continuar, parecemos salmones nadando contra la corriente, desovando en un medio estéril donde las aguas se arrastran por el cauce del oportunismo de la supervivencia y del miedo a las miles de represalias disponibles para reprimir la disensión.

Por debajo de las instituciones, conozco muy bien los subterráneos del mundo del poder. Dentro de ellos las del régimen carcelario es un capítulo terrorífico y aberrante -mis estadías en las ergástulas, viviéndolas con mente fresca, me facilitaron su conocimiento. Allí, el reo común no puedo sobrevivir sin hacerse temer compitiendo traumáticamente con los dotes criminales adquiridos, acumulados y heredados por los que antes llegaron a esos infiernos, donde criminales y carceleros se atan en complicidades y rivalidades de intereses sucios, que imperan en los recintos, y de los que estamentos del Estado, cuando le es necesario hacen uso, para encubrir asesinatos, creando “bollos” internos que encubren el propósito; o sacando reos-sicarios fuera de los penales para ejecutar misiones a cambio de privilegios.

Nuestras cárceles son un peligroso y violento manicomio, creado por el constante estresamiento, la zozobra, el  permanente hostigamiento y despojo que recae sobre el prisionero desde que llega a los recintos. Actos sistematizados por un esquema policial con presbotes y sus bandas en celdas atiborradas de reos, al punto de que en muchas hay que aprender a dormir parado o arrimado a camastros ajenos, alerta, en medio de podredumbres, de la incertidumbre, de la desesperación propia y ajena de la lentitud procesal de los tribunales, a las que se agregan las carencias materiales y la privación absoluta y extremada de la dignidad y de la libertad a la que como política es sometida el reo.

Todo lo anterior conduce a un nivel colectivo de desesperación y desestabilización psíquica y emocional, desde el cual se reacciona bajo un instinto de rabia, impotencia y reto a la muerte, desafío individual y colectivo constante. Quien pasa un período en nuestros prisiones sale enfermo, se hace radicalmente vengativo, se traumatiza, y más aún si ha sido vendido a la homosexualidad bajo las “góndolas”, o bajo el circo que como espectáculo montan algunos “llaveros”, donde se viola a los más jóvenes ofertándoles supuesta protección y seguridad.

En el tiempo en que fuí reiteradamente “huésped” político de semejante hotel, teníamos derecho a una hora de sol que se suspendía arbitrariamente. Eran recurrentes los apaleamientos selectivos o “pelas”; se disfrutaban de 23 horas de encierros calurosos, apretados como sardinas en lata. Era de contemplarse la mente de los presos en blanco, contemplando el techo y si era en “solitarias” todo mucho peor, unos y otros bajo extorsión por el más mínimo favor: comprar un pedacito de jabón de cuaba, conseguir un galón de agua, un poco más de “chao” o de la cocoa, o una masita más, junto a la magra ración costaba lo que el preso no poseía y si la familia, el día de visita le llevaba pesos, era un peligro, pues se le robaba a la mala, y cuidado si protestabas. Es cierto que para nuestro régimen penitenciario y la mentalidad de los custodios, “el preso no es gente”.

Nuestras cárceles no son regenerativas, hacen del reo con las circunstancias que le rodean un peor delincuente, un potencial suicida, o un humillado por el terror con sus residuos de dignidad rotos. Las cárceles son espacio para el motín y la búsqueda de la muerte, por la exasperación que genera un régimen penitenciario indigno e indignante, como muchas otras instituciones corrompido, donde se entierra vivo en ese infierno y manicomio a las personas que allí se abandonan, y a las que debiera aplicarsele en buen término la justicia, y únicamente la merecida.

Es hora de sacrificarnos para cambiar la naturaleza real de las cosas por las que ocurren acontecimientos como éste en nuestro país. Es hora de crear un modelo humano y progresista del desarrollo social.

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