Escándalo y miedo

Escándalo y miedo

Tiempo, espacio y persona constituyen mis tres coordenadas favoritas. La redondez planetaria en su permanente movimiento de rotación sobre su mismo eje, sumado al continuo desplazamiento de traslación alrededor del astro sol nos convierten en viajeros eternos del principio hasta el final existencial.
El andar está presente hasta cuando dormimos y soñamos; es la inercia del vivir. Bien lo dijo el poeta y dramaturgo don Pedro Calderón de la Barca en el monólogo de Segismundo: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
En esta media isla caribeña nos están quitando el derecho a soñar; vivimos sobresaltados, de escándalo en escándalo con una carga negativa de temor y angustia. Estamos perdiendo la dulzura existencial y se nos inunda de amargor el paladar. ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Acaso hemos de darle un sentido trágico a la vida? Se entiende que durante la temporada ciclónica los partes meteorológicos anuncien tormentas y huracanes, pero, ¿tiene que ser así todo el año?
En una sociedad heterogénea se acepta que algunos lloren una que otra vez ante la desagradable visita de la tragedia, pero debe el conglomerado verse sometido al llanto y el luto las 52 semanas que contamos del primero de enero al treinta y uno de diciembre? ¿Acaso vinimos al mundo a sufrir y a llorar? Si aceptamos el don de la vida como el más preciado valor que poseemos, ¿a qué viene sazonarlo con hiel y picante?
Miremos al firmamento nocturno y comencemos por buscar las estrellas y la luna, luego divisemos el lucero de la mañana, esperanzados en la segura llegada del nuevo día. Nos espera un radiante sol cargado de energía y nuestra vegetación lo aprovechará para fabricar fuentes alimentarias que nos ayudarán a mantenernos sanos, robustos y contentos.
Pensemos en los anhelos del patricio Juan Pablo Duarte cuando dijo: “Yo obtendré la mayor recompensa, la única a que aspiro, al veros libres, felices, independientes y tranquilos”. Si nos creemos merecedores de ser llamados hijos de Duarte, justo es que nos identifiquemos con su máximo anhelo de que seamos libres, nos sintamos felices, y que gocemos de tranquilidad social.
La violencia ha tomado asiento en la atmósfera social dominicana; no da tregua, incrementa su poder destructor. Ya es hora de ponerle fin al espiral agresivo que nos envuelve. Los espeluznantes crímenes sangrientos son una constante y agobiante pesadilla. Nos están acostumbrando a oler sangre de hermanos y hermanas; se nos embota el sentido del olfato y dentro de poco la anomia se hará irreversible.
El miedo y la desesperanza arropan una parte importante del cuerpo social de la nación. Los cuatro puntos cardinales del país contienen focos hemorrágicos y nuestro banco de sangre está agotando su reserva. La amenaza es real; hay que detener el sangrado, todavía estamos a tiempo. La República Dominicana demanda de su equipo de cirujanos poner en ejecución su destreza operativa para corregir las perforaciones existentes en nuestra red vascular social.
La pobreza que arropa a amplios sectores populares es caldo de cultivo en el que se anidan y crecen la violencia callejera, la drogadicción, el robo, la inseguridad y el crimen. Los escándalos y el miedo nos están ganando la partida. ¿Quién le va a poner el cascabel al gato?

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