Es evidente que las iglesias evangélicas del país han venido realizando un trabajo sano, tesonero y de gran beneficio para la sociedad.
Y lo hacen contando con recursos propios y motivadas por la devoción espiritual y el alto deseo de ayudar en el plan de redención del ser humano.
Sin embargo, preocupa ver cómo en los últimos tiempos los medios de comunicación han tenido que reseñar informaciones muy penosas sobre esta comunidad.
El último fue el ocurrido en Villa Mella con la Iglesia Sol de Justicia.
Las informaciones hablan de un miembro muy joven que fue acusado de violar a cuatro menores.
Esta congregación ha tenido que sufrir la estela de dudas y, quizás, animadversión de las gentes.
Este tipo de situación está preocupando mucho a los concilios y a todos los creyentes del país. Es que eso está fuera de la doctrina evangélica y de lo que es el carácter ético, moral y espiritual de estas congregaciones y organizaciones.
Hay que estar claro, estos son casos aislados y difíciles de controlar, pues se dan hasta en el seno de las familias más respetadas.
Sería injusto empezar ahora una especie de animadversión o campaña negativa contra las iglesias pentecostales, evangélicas o protestantes por casos como el de Villa Mella.
Lo mismo podría decirse con relación a las violaciones hechas por sacerdotes dentro de la Iglesia Católica.
No todo el que entra a la puerta de un templo es un santo acabado. Simplemente es alguien en proceso. En el ínterin pueden ocurrir cosas penosas.
El problema no es la iglesia, es el pecador que llega a ella.
Los templos son talleres donde la materia con la que se trabaja es la conducta humana. Y ésta es compleja y capaz de cualquier cosa.