Cualquiera hubiera pensado que la crisis económica por la que atraviesa Puerto Rico se convertiría en un disuasivo natural para quienes se aventuran a cruzar las embravecidas aguas del mar Caribe en busca de mejores horizontes económicos, pero la reciente tragedia de Miches, donde el naufragio de una yola ha dejado al menos tres personas muertas mientras continúa la búsqueda de posibles sobrevivientes, desmiente de manera contundente esa falsa apreciación. Las estadísticas de la Armada Dominicana indican que, ciertamente, se ha producido una sensible disminución de los viajes ilegales hacia la vecina isla como consecuencia de la crisis, pero aún así reporta haber incautado 119 embarcaciones mientras intentaban la travesía. ¿Por qué siguen arriesgando sus vidas si en Puerto Rico ya no hay nada que buscar? ¿A qué van si los dominicanos allá están pasando las de Caín? No tengo las respuestas para esas preguntas, pero me parece evidente que esos viajeros, por la razón que sea, no se han enterado del extraordinario crecimiento, envidia de toda la región, que ha experimentado nuestra economía en los últimos años, ni pertenecen al numeroso ejército de expobres (el presidente Danilo Medina informó durante la rendición de cuentas del 2016 que 950,192 personas salieron de la pobreza durante los últimos cuatro años gracias al crecimiento del empleo y las inversiones de su gobierno en la gente) que el milagro económico peledeísta, sustentado en el desenfrenado endeudamiento público, ha hecho posible en el mundo virtual de las estadísticas.