Escarceo idiomático

Escarceo idiomático

PEDRO GIL ITURBIDES
En 1976 fuimos invitados por la Alcoa Exploration Company a visitar Pedernales. Deseaban apoyar varios programas de alcance comunitario, uno de los cuales era la Biblioteca Municipal. Aunque abierta oficialmente por el Ayuntamiento del Municipio de Pedernales, la Alcoa sostenía sus servicios. Adquirían, sobre todo, textos escolares, pero el gerente general de la empresa, ingeniero Ramón Cáceres, deseaba que el acervo bibliográfico creciera y se diversificase.

Nos hospedaron en el hotel de Cabo Rojo, luego que disertásemos en nuestra primera noche de visita, en el auditorio de la Gobernación Provincial. Por supuesto, la conferencia trató sobre la fecunda experiencia de la lectura. Discurrían entonces los años finales de la Alcoa, pero tal vez la propia empresa desconocía su futuro en aquella pedregosa región. De ahí que con ánimo entusiasta la empresa apoyaba este proyecto y, de igual modo, otras actividades culturales. Entre éstas, parte de la programación de la radioemisora local, que llevaba, y conserva, el nombre de la lejana ciudad.

La parte de la programación a cargo de la Alcoa se hallaba bajo la responsabilidad de Eusebio Taveras. Montecristeño, y por tanto hombre de una zona de vida seca, se encontraba en Pedernales como en su casa. Pero en Montecristi veía a los haitianos desde una cierta lejanía.

Ahora, aquí en Pedernales, los contemplaba cruzar la frontera como atravesamos nosotros una esquina. De hecho, muchas de las jóvenes del servicio doméstico en Pedernales eran haitianas que llegaban en la mañana a territorio dominicano y se ausentaban en las noches.

Taveras nos abrió un espacio de la programación en la radiodifusora. Por esos días Haití o los haitianos eran, simplemente, los vecinos al otro lado de la isla. Pese a ello, dijimos durante nuestra intervención que las radioemisoras instaladas en esa raya debían tener una programación enfocada hacia Haití. Y punto que resaltamos fue el de incentivarlos a hablar el español.

Entendíamos que en la medida en que fuese más fluida nuestra interrelación, estaríamos en mejores condiciones de comprenderlos. Y señalamos que el principal obstáculo era la diferencia idiomática. El ‘patuᒠera una especie de muralla que se derribaba apenas éramos capaces de intercambiar, en nuestra lengua.

Ese día esbozamos, además, un programa para Haití que hicimos nuestro a lo largo de los años siguientes, hasta hoy. Propusimos que República Dominicana abogase en cónclaves internacionales por una asistencia técnica y financiera para ese pueblo, de mayor efectividad.

Dijimos en Radio Pedernales que Haití necesitaba que se le ayudase a recuperar y recomponer suelos. Que se promoviesen la silvicultura de manera especial, y la agricultura con no menor ahínco, para ofrecerle esperanzas a una nación que subsiste sin ellas. Que se llevaran a cabo programas sanitarios y de difusión masiva de hábitos de higiene. Que la educación alcanzara a todas las capas sociales para lograr un Haití en donde se borrase un poco la diferencia entre una élite ilustrada y grandes masas ignaras. Y como pedir no cuesta nada, pedimos que se propulsase un Haití con mayor progreso, pues un vecino próspero era un vecino mejor. En 1994 repetimos esta propuesta en el Instituto Militar de Educación Superior Juan Pablo Duarte. Su director de la época, el ahora teniente general retirado José Miguel Soto Jiménez nos invitó varias veces para disertar sobre temas históricos.

En una de tales ocasiones vimos un letrero que identificaba el laboratorio de idiomas. Uno de los que se enseñaba era el patuá, ya señalado como creole. Comprendimos que, sobre todo los oficiales comandantes de fortalezas y destacamentos fronterizos necesitaban dominar este dialecto.

Pero, ¿por qué no retomar aquella idea lanzada al desgaire por Radio Pedernales?

Y sobre el particular expusimos durante nuestra conferencia, y lo repito ahora en que el tema del creole amenaza convertirse en tópico de relevantes discusiones. Porque pese a su enorme pobreza, el haitiano es pueblo de características nacionales muy definidas. Más adelantado, paradójicamente, el nuestro es pueblo en agraz. Y por eso conviene que nosotros enseñemos lo poco o mucho que sabemos de la lengua que se hizo nuestra hace cinco siglos.

Aunque de paso, aprendamos ocho idiomas y dialectos adicionales. Concluyo señalando que es imprescindible que quien tenga sesos para entender cuanto aquí se lleva dicho, que entienda.

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