Siento que las palabras se han agotado en mis dedos, mis labios y mi corazón. Me duele profundamente verme obligada a sentarme a escribir. Decir, reclamar, expresar, una vez y otra vez que las cosas no andan bien. Pero la impotencia corroe mis venas y la rabia lastima mis entrañas.
Ya no sé qué escribir. El mundo sigue su agitado curso de enfrentamientos sin soluciones. La guerra contra el terrorismo, es una nueva guerra santa, que tiñe de sangre el planeta. Los grupos radicales asumen su lucha y de forma indiscriminada matan inocentes. ¿Qué está pasando en el mundo?
Nací casi a la mitad del siglo. Nos hicieron pensar que el mundo se dividía en dos mitades transversales, este y oeste; y en dos mitades longitudinales, norte y sur. Herederos de una concepción cartesiana del mundo defendimos la dicotomía buenos contra malos.
Ya lo dije, nací a mitad del siglo XX, crecí bajo el influjo de las dos partes enfrentadas, sufrí, temí y viví en la angustia eterna de que conocer las mitades prohibidas era optar por el pecado. Es una realidad que occidente se impuso y quiere seguir dominado. También aquí a esta América nuestra, continental e isleña, tropical y templada, diversa, pobre y golpeada han llegado los cambios. Vivimos largos años de terror y horror. La violencia se institucionalizó desde el Estado y desde la sociedad. Nacieron por doquier regímenes dictatoriales. Hoy, forzados quizás por las circunstancias se ha asumido un discurso doble: la defensa de la democracia, y la lucha por la pobreza. ¿Qué ha pasado en el mundo?
Lo he dicho mil veces, creo en la historia como el producto de la acción transformadora de la humanidad. Creo en el necesario sueño transformador. Creo en las utopías. Defensora soy del sueño utópico de Tomás Moro, inventor en 1551 de este neologismo, que significa no lugar, ninguna parte, el ámbito de lo inexistente, pero, y ahí está la clave del pensamiento de Moro, que puede llegar a ser real. Las utopías, es decir, las verdades prematuramente anunciadas, ayudan la marcha. La crítica al presente, la contra imagen de la realidad heredada, tiene necesariamente una fuerza subversiva, anticipadora de lo que debe venir ¿Cuándo vendrá eso que debe venir, me pregunto incesantemente?
Estoy escribiendo estas cosas, y me doy cuenta, que lo he dicho muchas veces. Y mi voz se detiene, y mis dedos se inmovilizan. ¡Eso ya lo he dicho! ¡Ya te han leído! ¡Ya te han escuchado!
Y mientras mi voz y mis palabras intentan abrirse espacio, el mundo sigue su agitado curso, la sordera se apodera de muchos, la indiferencia de otros más.
Y ya no tengo lágrimas para llorar el dolor del mundo. Ya se me agotaron las palabras para reclamar. Hoy no quiero escribir. Solo ansío contemplar de nuevo el mundo, encontrar la sonrisa y el abrazo de algún niño para que me dé las fuerzas necesarias para seguir caminando, alzando la voz y los brazos para decir ¡Basta!