Escuchar el rugir de la calle

Escuchar el rugir de la calle

POR MICHAEL T. KAUFMAN
NUEVA YORK.-
Ha sido una imagen evocadora. La visión aérea de las multitudes en la Plaza de la Independencia en Kiev en las dos últimas semanas refutando los resultados de la elección presidencial de Ucrania recordó muchas otras reuniones espontáneas en los últimos años, más estremecedoramente a los manifestantes pro-democráticos que llenaron la Plaza de Tiananmen en Pekín en 1989, sólo para ser blanco de los disparos de soldados chinos.

Las tensiones y riesgos siguen siendo altos en Ucrania, pero en ocasiones la semana pasada la perspectiva de violencia pareció disminuir, cuando surgió un compromiso que invalidaría la elección disputada y permitiría una nueva. Eso haría que las multitudes vestidas de naranja de Kiev se parecieran menos a las de Tiananmen y recordaran más a los manifestantes que, a través de reuniones libres pacíficas, obtuvieron derechos sindicales en los astilleros de Gdansk, o dieron vida a una «revolución de terciopelo» en Praga o se regocijaron en Berlín con la caída del muro.

De hecho, en los últimos 30 años, el estereotipo de levantamiento masivo ha cambiado radicalmente. En gran medida han desaparecido los ladrillos y barricadas y los llamados a las armas. Mucho más comunes ahora son las hordas de personas desarmadas, a menudo jóvenes, que llenan las calles para expresar sus esperanzas y deseos a sus conciudadanos, sus líderes y, quizá lo más importante, al mundo que observa la televisión.

Lo notable sobre las tácticas del «poder popular» de protesta masiva no violenta es cuán a menudo han funcionado. No son infalibles, como demuestra la experiencia china. Pero según la estimación de Stephen Zunes, profesor de política en la Universidad de San Francisco, han hecho avanzar la democracia en Bolivia (1977 y 1982); Sudán y Haití (1985); Filipinas (1986); Corea del Sur (1987); Chile, Polonia, Alemania Oriental y Checoslovaquia (1989); Mongolia y Nepal (1990); Mali (1992); Madagascar (1993); Bangladesh (1996); e Indonesia (1998). Además de eso, señala, la acción espontánea no violenta frustró golpes de estado en Argentina (1987), Rusia (1991), Tailandia (1992) y Paraguay (1996 y 1999).

El poder popular a menudo prevalece porque los líderes nacionales temen la pérdida de legitimidad y aceptación internacionales que provocaría una represión. Carol Bogart, subdirectora de Human Rights Watch, dijo que, en parte, esta tendencia ha surgido de los Acuerdos de Helsinki de 1975, cuando Moscú acordó aceptar que los derechos civiles y humanos eran asuntos legítimos de la discusión diplomática. «La idea de que hay estándares internacionales en estas áreas ha crecido signficativamente en los últimos 20 años, y muchos líders se han dado cuenta de que, a menos de que cumplan, realmente pueden perder terreno en el mundo», dijo Bogart.

Ciertamente, el tipo de incumplimiento que condujo a sanciones económicas contra Polonia después de que proscribió a Solidaridad en 1981 y contra el régimen del apartheid en Sudáfrica son lecciones para los líderes de hoy.

Finalmente, sin embargo, mucho depende del caracter particular de los gobernantes que están siendo desafiados en las calles, dijo Aryeh Neier, presidente del Instituto Sociedad Abierta de George Soros e importante promotor del proceso de Helsinki. «No creo que las tácticas de Gandhi de desobediencia civil en India hubieran funcionado si los gobernantes coloniales hubieran sido nazis en vez de ingleses», dijo. «No pienso que un Stalin se hubiera moderado en su respuesta a personas desarmadas que cuestionaran resultados electorales».

Antes de Helsinki, dijo Neier, la Unión Soviética rutinariamente descartaba toda discusión de los derechos civiles o humanos como «interferencia inaceptable en los asuntos internos de un estado soberano», y otros países seguían el ejemplo. Ahora el péndulo ha oscilado tan lejos que dos estadistas extranjeros -el Presidente Aleksandr Kwasniewski de Polonia y Javier Solana, comisionado de política exterior de la Unión Europea- están mediando en una disputa entre los partidos políticos ucranianos rivales.

Factores que son únicos de un país o de un momento en el tiempo pueden marcar una gran diferencia, señaló Neier. Por ejemplo, cuando estudiantes sudcoreanos protestaron contra el gobierno militar en 1987, los juevos Olímpicos programados para Seúl el siguiente verano pesaron mucho sobre los gobernantes del país. Finalmente aceptaron renunciar en vez de correr el riesgo de la humillación nacional de un boicot de los juegos, como en Moscú en 1980 después de la invasión soviética de Afganistán.

Neier dijo que se preguntaba si el curso de la crisis ucraniana sería diferente si la capital del país fuera una ciudad oriental como Kharkiv, donde la mayoría de la gente apoya a Viktor F. Yanukovich, ganador de la disputada elección. Como están las cosas, el sitio del poder gubernamental y la atención de los medios está en Kiev, una ciudad occidental donde la mayoría de la gente respalda al rival, Viktor A. Yushchenko.

China y Myanmar, los dos países que han resistido más firmemente la presión de los manifesntates pro-democráticos y a sus simpatizantes extranjeros, son casos especiales también, dijo Zunes. Ambos son inusualmente inmunes a la opinión mundial. «China es demasiado grande, poderosa y autosuficiente para ser influnciada» por extranjeros al establecer su política interna, dijo, mientras que la hermética dictadura militar de Myanmar ha aislado tanto al país que tenía poco que perder al sofocar el movimiento pro-democrático.

Andrew Nathan, experto en China en la Universidad de Columbia, dijo que China no había pagado un precio real por la represión en la Plaza de Tiananmen. «La posición oficial es que el liderazgo chino hizo lo que tenía que hacer, y que su acción salvó al partido del tipo de cosas que sucedieron en Rusia», dijo Nathan. El resto del mundo en gran medida se encogió de hombros y siguió adelante, dijo, y entre el propio pueblo de China, «sondeos recientes muestran que el partido es muy popular».

Aunque enormes reuniones pacíficas en ocasiones han producido cambios repentinos y decisivos en los niveles superiores, como Checoslovaquia o Lituania, en otros casos han sido dispersadas por la fuerza, sólo para convertirse en plataformas legendarias para movilizaciones y luchas futuras. El gobierno comunista de Polonia envió tropas a reprimir al independiente sindicato Solidaridad e imponer la ley marcial en 1981; para 1989, las multitudes regresaron, apoyando al sindicato y, esta vez, forzando un cambio en el gobierno.

Maureen Aung Thwin, una integrante residente en Nueva York del movimiento pro-democrático de Myanmar, anteriormente Birmania, dice que algo similar se está desarrollando en su patria. La lideresa del movimiento, Aung San Suu Kyi, está ahora confinada, y reuniones masivas fueron suprimidas en 2003. Pero la presión internacional está creciendo, dijo, y los generales están cada vez más nerviosos: «No ha terminado, para nada».

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