Escuela de soñadores

Escuela de soñadores

Es muy importante desear activamente alcanzar algunas metas personales. En muchos casos esa firmeza en desear es decisiva para lograr la ejecución de cualquier propósito. La voluntad moviliza los resortes vitales para que conozcamos detalladamente todo cuanto tenga que ver con nuestros deseos. Las ambiciones profesionales, artísticas, vocacionales, difícilmente se desarrollarían a plenitud sin que funcionara esta “máquina de desear”. El deseo nos lleva a la anticipación imaginaria de su cumplimiento. Se dice que “acariciamos el sueño” de hacer tal o cual cosa. Cuando un “sueño” inicia su gestación, parece imposible. Jóvenes pobres que pretendían estudiar carreras largas en universidades prestigiosas, luego de haberse graduado, intentan penosamente explicarse el prodigio.

Lo que ocurre en el ámbito individual, puede repetirse en el orden colectivo. Cuando Duarte llevó a los trinitarios a oír las clases del padre Gaspar Hernández, fundó la primera “escuela dominicana de soñadores”. Un soñador con formación académica y claridad “metodológica”, no es lo mismo que un “soñador empedernido” de la bohemia romántica tardía. Los sueños realizables exigen procedimientos administrativos y logística militar. Reforestar nuestras cuencas hidrográficas y montañas no es tarea imposible. Pero es un trabajo que requiere ser deseado; y, además, perseguido tenazmente. Vivir mejor es la “recompensa lejana” de ese esfuerzo; habría que inocular en la gente el deseo de proteger la planta física donde habitamos.

No hemos logrado aun que los dominicanos coman pescado y aprendan a nadar. Esos dos aspectos de las costumbres son requisitos previos para la explotación de las riquezas marinas. ¿Cómo es posible que los habitantes de una isla no tengan una flota pesquera? El cultivo del mar es la única forma de que “crezca el territorio” dominicano; es también un modo de que aumente la producción y el empleo. La energía eléctrica que tanto necesitamos podría llegarnos del Mar Caribe. Pero no existen ni siquiera “estudios de factibilidad”.

Tal vez sea el momento de establecer una “escuela de soñadores”, adscrita al Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. Lo primero sería enseñar a los jóvenes a desear; a superar inhibiciones psíquicas que resultan de tener deseos “atrevidos”. Después tendríamos que componer la lista de campos que podrían “explotarse” con provecho social. ¡Manos a la obra!

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