Resulta emocionante conocer esa obra de arte de la que tanto se ha escuchado hablar, la que siempre nos pintaban con palabras, algunas más coloridas que otras, pero todas describían esa estructura enigmática que nos habla de un momento crucial de nuestra historia, un símbolo de poder, terrorífico, aberrante que marca el momento en que la mayoría de nuestras casas apenas eran chosas.
Quisimos vivirlo, ver la parte bonita de la historia: aparece ante nuestra vista un monumento majestuoso, no sin antes percibir ondear las banderas insignia de nuestra dominicanidad que a pesar de todo lo gris de la época nos habla del nacionalismo que representa.
Esas paredes hablan de un momento crucial de nuestro país de aspecto inquebrantable, cinco estrellas que representan el poder de quien se hacia llamar el jefe, es como si nos invitaran a ver las maravillas escondidas detrás de esos muros donde quedó plasmado el sufrimiento del pueblo en aquellos años de amargo dolor.
Son impresionantes las creaciones que se contemplan en las distintas salas de este lugar y que en cada una de ella hay representaciones artísticas del barroco, el modernismo, expresionismo y futurismo expresadas específicamente en los techos de cada salón del castillo.
Recorriendo los pasillos de aquellas cuarenta y siete habitaciones hicimos un viaje a través del tiempo, pasillos que representan belleza y a la vez la narración visual de treinta y un años de opresión.
El castillo del cerro cuenta con una estructura única en su época, algo que a simple vista no podemos notar porque su diseño fue inspirado en la forma de un barco, aspecto que sale a relucir al final del recorrido cuando al aire libre se confirma que la azotea posee la singularidad de la proa de un barco.
Allí la vista se eleva, las alturas dan escalofríos, pero la naturaleza da el pacer de un recorrido final por toda la ciudad de San Cristóbal revelando aquel verdor que revela en el rostro de sus visitantes una expresión de felicidad.
Esta construcción es una demostración de que los tiempos oscuros guardan las semillas para cuando sale el sol y es que la obra aquí contemplada se ve como parte de la herencia dejada por el dictador Rafael Leónidas Trujillo, a quien muchos lo describen con un «exquisito gusto» por el arte y lo que ayer fue la casa del jefe hoy es la Escuela Nacional Penitenciaria, ENAP, fundad el 30 de julio del 2003.