Escuela tiene 9 años en construcción

Escuela tiene 9 años en construcción

POR MARIEN A. CAPITAN
Cuando hace nueve años las autoridades educativas anunciaron que construirían la Escuela Básica Licey en el barrio Esperanza, Villa Mella, los padres de la comunidad pensaron que sus hijos por fin tendrían un lugar apropiado para estudiar. Con el tiempo, lamentablemente, sus esperanzas se fueron desvaneciendo: la escuela aún no se ha terminado.

A pesar de ello, y lo incómodo de estar en un edificio a medias, desde el año pasado los maestros decidieron mudarse a la construcción. Para ello, cortaron la maleza silvestre que creía rauda en medio de los muros y echaron caliche sobre los suelos.

Aunque no es el espacio ideal -y jamás se le parecerá-, estar aquí es una gloria para los docentes y estudiantes puesto que los galpones de madera que ocupaban hasta el año escolar 2003-2004 estaban al punto de caerles encima.

Con esto, por otra parte, dejan de lado una parte de su historia. Aquella que, desde hace quince años, se ha ido escribiendo a golpe de ir de enramada a enramada, de sol a sol y de sereno a sereno. También de tablas carcomidas y un olvido que les pesa tanto como el tiempo que han visto pasar sin contar con una escuela de verdad.

TIERRA Y ZINC

La bandera nacional, baja y reluciente, recibe a quien visita esta escuela. Adosado a la pared, a falta de un asta que le permita elevarse al cielo, el símbolo patrio es fiel testigo de lo mucho que se afanan en esta escuela por aprovechar el tiempo y darle a los niños una sólida formación.

No es casualidad que, al entrar a un aula desnuda de ventanas, suelo, empañete y puerta, todos los pequeños se levanten, coreen un “buenos días” y se sienten cuando se les indique. Que, además, den las gracias y se despidan con la más tierna de las sonrisas.

Tampoco falta quien comparta la butaca con algún amigo o se siente sobre una cubeta ante la carencia de mobiliario. Todo es válido cuando se trata de lidiar con las sumas, restas, multiplicaciones¼ ayer en la penúltima hora a muchos les tocaba matemáticas y había que calcular.

En otros cursos era la historia la protagonista. Al calor de las planchas de zinc que cubren los agujeros de las ventanas del cuarto y el octavo de básica, ubicados donde el sol golpea más fuerte, una estudiante exponía tranquilamente su clase.

Sin pensar en nada, ajena a los innumerables viajes que han dado padres y maestros hasta la Secretaría de Educación en busca de que alguien termine su plantel, termina respondiendo a las preguntas que le hace su maestra, quien comienza a cansarse porque lleva tres horas de pie.

Los maestros aquí no tienen dónde sentarse. Por ese motivo, y lo peligroso que resultaría tener a 481 estudiantes correteando por una construcción sin terminar, la jornada escolar se cumple en horario corrido: de 8:00 a 11:30 de la mañana.

De esa forma muchos pueden evitar también la necesidad de ir al baño, que no es más que una triste letrina sin techo y con unas desgastadas paredes de zinc y plywood. Al mirar adentro la imagen sobrecoge: un agujero al ras del suelo está rodeado por cuatro blocks que hacen las veces de bacinete. El olor, por otra parte, obliga a emprender una rauda marcha.

Para no usar esta “instalación” muchos niños hacen sus necesidades fisiológicas en los montes que rodean la escuela. La Naturaleza, para ellos, siempre será mejor que cualquier otra cosa.

La bandera, sin embargo, no entiende lo mismo. Se avergüenza, cae, y debe ser colocada nuevamente. Como ella, han caído muchas veces los ánimos de quienes continúan esperando que la escuela termine. Quizás, por un golpe del azar, pronto las autoridades los levanten también.

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