POR MIRIAN DÍAZ SANTANA
La reciente publicación de una encuesta realizada por la firma GALLUP y encargada por EDUCA, ha conmocionado el país, como era de esperarse. La propia Secretaria de Educación se manifestó alarmada por los resultados del estudio que dio seguimiento a una muestra de escuelas públicas. La conclusión más impactante es que en las escuelas públicas se trabaja unas 2 horas y media al día, equivalente al 65% del tiempo programado, lo cual multiplicado por cinco días y por treinta y seis semanas arroja una cifra de unas 450 horas al año, en un mundo en el que los estándares internacionales exigen alrededor de 1000 horas.
Para los que conocen el sistema educativo dominicano, estos datos no son nada sorprendentes, por el contrario, confirman las apreciaciones que desde hace muchos años se tienen y explican en parte los pobres resultados que arrojan nuestras escuelas y el porque nos quemamos en todas las pruebas.
En uno de mis artículos anteriores, publicado el 4 de junio en el Periódico Hoy y en la Revista Clave Digital, hice unos cálculos sobre la jornada escolar que están muy cercanos a los que arroja la encuesta GALLUP. En esa ocasión calculé en 540 horas la tanda de la mañana y en 400 la de la tarde y me refería sólo a los horarios habituales, aclarando que a esas 540 horas habría que restar las que se pierden en suspensiones, paros docentes, días no laborables, reuniones profesorales y otros motivos que en algunos años y en algunas escuelas son muy abundantes.
Las autoridades educativas y todos los estudiosos del sistema conocen desde hace mucho tiempo esa situación y los cálculos que se tenían son muy aproximados a la realidad. Lo que arroja la encuesta es una distribución exacta, patética y documentada cuantitativamente de las razones por las que se pierde el tiempo en las escuelas.
Habría que preguntarse ahora si existe la voluntad para definitivamente cambiar esa situación, o si una vez más, esto no pasará de una alharaca de pocos días que pronto será opacada por la dura realidad en que se desenvuelve la vida de una escuela pública y la de los maestros que trabajan en ellas.
Hay que apoyar la decisión de la Secretaría de aumentar algunas semanas al año escolar, lástima que sea al inicio, en agosto, cuando hace más calor, y no al final, en mayo, cuando el clima es más soportable. Sin embargo, esa medida es sólo un pequeño detalle dentro de una maraña de situaciones que se conjugan en la pérdida de clases.
Podría suceder que esa medida no tenga ningún efecto beneficioso sobre los resultados educativos y que ni siquiera aumente de manera considerable un horario escolar que ya está marcado por una realidad a la que ningún gobierno le hace frente. La mayoría de las edificaciones escolares son utilizadas desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, es decir, unas 15 horas al día. Además tenemos un cuerpo docente que en su mayoría trabaja al menos dos tandas, es decir, un mínimo de 40 horas a la semana (nominalmente) sin incluir las horas de lógico receso y descanso.
Es una coincidencia que esta encuesta se publique precisamente en momentos en que el gobierno dominicano está realizando una campaña internacional para desmentir la afirmación de que somos un estado fallido. Esta encuesta demuestra que el Estado Dominicano ha fallado en algo tan simple como hacer cumplir un horario escolar, lo cual en cualquier escuela privada no constituye ningún problema.
La realidad que describe la encuesta se demostró en los diagnósticos del Plan Decenal y por eso se colocó dentro de las prioridades del mismo. Con dolor del alma tenemos que convenir en que ese gran ejemplo para el mundo que fue el Plan Decenal de la República Dominicana, fracasó. Se habrá invertido cientos de millones de dólares en libros, manuales, desayuno, arreglo de escuelas y capacitación magisterial, pero no se da la cantidad de clases que se requiere y los alumnos no aprenden.
La tarea de revertir estas realidades de las escuelas públicas no es fácil y no sólo requiere de una inmensidad de recursos que ningún gobierno quiere entregar, sino de una seria concertación entre los actores del proceso. No hay que estar dentro de una escuela pública para darse cuenta de que no hay supervisión. Esto lo han demostrado todos los diagnósticos y estudios, pero tampoco hay un sistema que obligue a las escuelas a responder por los resultados educativos que, al menos en las pruebas de octavo grado y final del bachillerato, se pueden constatar.
Se ha demostrado que la dirección de la escuela es el eslabón fundamental en el que deben apoyarse las autoridades. Obsérvense los resultados obtenidos por las escuelas públicas administradas por órdenes religiosas. A pesar de tener los mismos salarios, la misma ADP, los mismos alumnos pobres y las mismas precariedades, estas escuelas funcionan notablemente mejor, tienen un cumplimiento elevado del horario, lucen limpias y ordenadas y con un propósito de calidad que salta a la vista.
Porqué entonces no se puede lograr que la mayoría de las escuelas del país funcionen de esa manera? Porqué los directores laicos no logran la concertación que muestran las religiosas y religiosos?
No nos cansemos de reclamar mayor inversión en educación, mejores condiciones en las escuelas, mejores salarios, más capacitación, pero entretanto, las autoridades educativas, los directores y los maestros pudieran lograr mejores resultados con los recursos disponibles.