Ese “amor” por los pasillos… algo obligatorio

Ese “amor” por los pasillos… algo obligatorio

Pedir permiso y marchar. Dar unas cuantas vueltas y regresar, risueño, a enfrentar la rutina. Cuántas veces nos hicimos a los pasillos, como el que se hace a la mar, en busca de un poco de libertad.

Con los años los pasillos cobraron un nuevo significado. Ya no era una travesura típica de colegial, sino la fórmula obligada para poder cazar a un funcionario y, con suerte, hasta lograr una exclusiva. Todo reportero ha gastado horas, muchas, en los pasillos de alguna dependencia oficial.

 A nadie, sin embargo, le emociona hacerlo: estar siempre de pie, esperando horas eternas, no es la forma más bonita de trabajar. Pero muchas veces, sobre todo cuando no hay un fácil acceso a los funcionarios, no queda otra alternativa.

Eso es, precisamente, lo que sucede en el Palacio Nacional, un lugar donde el silencio pesa más que el aire y, además, se pretende confinar a los periodistas a un salón al que se les vaya a buscar cuando al Gobierno le interese hablar.

Es mucho lo que se ha dicho en torno a esta situación. Roberto Rodríguez llegó a  argumentar que los periodistas hacen un jolgorio en el pasillo, distrayendo a los que trabajan,  y que se necesita  orden en la casa presidencial. De ser  ese el caso,  valdría con  pedir que se comporten (es evidente que no deben aceptar un desorden en los pasillos de Palacio).

 Esta, sin embargo, parecería ser la excusa  perfecta para quitarlos del medio. Puede que lo que moleste es que estén en los pasillos, viendo quién entra y sale y preguntando cuanto a los medios les interesa. Estar ahí es  obligarles a hablar, algo que definitivamente no les gusta.

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