Ese espejo en que nos miramos

Ese espejo en que nos miramos

El día que llegue un gobierno con suficiente voluntad política para cambiar el curso del país tendrá que comenzar por proclamar el imperio de la Constitución y las leyes, dando ejemplos contundentes de que será el primero en acatarlo, lo que en sí mismo equivaldrá a una revolución social que abrirá las puertas a una nueva etapa del desarrollo nacional.

Cada vez son más los que consideran prioritario acatar las normas que deben regirnos, pero al mismo tiempo existe un gran sentimiento de frustración y  también crece el número de los que piensan que la anomia en que hemos caído es irreversible.

 Si somos o no uno de los pueblos más felices del mundo induce a discusiones, ironías y hasta burlas de nosotros mismos. Parece inaceptable que lo seamos cuando, agotando la primera década del siglo 21, no hemos podido garantizarnos agua potable, electricidad y educación de aceptable calidad. Pero parece cierto que tenemos una gran disposición a la subordinación de penas y precariedades y convertir en chercha hasta los velorios o funerales.

Ese sentido de la alegría es de los factores que más aprecian los que nos visitan, quienes al mismo tiempo se sorprenden por nuestra escasa disciplina y la propensión a convertir en relajo todas las normas de convivencia, comenzando por el tráfico vehicular. Es común que extranjeros que han vivido algún tiempo en el país y regresan a compartir nuestra alegría confiesen que nunca han podido adaptarse al desorden vehicular.

En la campaña electoral de 1996 cuando el doctor Leonel Fernández se ilusionaba con la idea de auspiciar un gran cambio nacional,  convenimos con él en que deberíamos comenzar por reorganizar el tráfico vehicular, ese espejo en que podemos ver a la franca y la luz del día nuestra anomia. Desde entonces para acá es mucho lo que ha empeorado.

El gobierno del doctor Fernández ha tenido y sigue teniendo como prioridad  la inversión en infraestructura vial, especialmente en las dos mayores urbes, y en su primera gestión se empeñó en mejorar la normativa constituyendo la Autoridad Metropolitana del Transporte. Es memorable la gestión del ingeniero Hamlet Hermann al frente de ese organismo. Pero luego se quedó en las construcciones, esa afición de los mandatarios dominicanos que, en cambio, relegan la educación y las normas.

Cuando hace tres o cuatro años vimos por segunda vez un conductor bajando en reversa desde lo más alto del elevado más alto que tenemos, el que conduce a la Kennedy desde la Winston Churchill, creíamos que ya lo habíamos visto todo en materia de impune desorden vehicular.

Ya habíamos visto motoristas conduciendo en sentido contrario en el más largo de nuestros elevados, el de la 27 de Febrero.

 Pero el mes pasado fuimos testigos de algo increíble, cuando tomamos el túnel de esa avenida en dirección oeste y nos encontramos un taponamiento.

Lo atribuimos a que eran las 6 de la tarde de un viernes, hasta que tomando el único carril que se movía pudimos descubrir que el atasco era provocado por un fenómeno humano que conducía de reversa. Le tocamos bocina insistentemente y él insistió en proseguir.

Lo que más nos impresionó fue que, al menos los que nos precedían, se hicieron a un lado sin siquiera tocar bocina en señal de desaprobación. Nos hemos acostumbrado a cualquier expresión de barbarie. Y lo justiciamos en que es arriesgado protestar.

 Invadir y circular por el carril contrario, cruzarse en una intersección impidiendo la circulación de los que esperan hacerlo, doblar en redondo  parando todo el tráfico, violar la luz roja al medio día en cualquier esquina ya son actos absolutamente cotidianos e irrelevantes.

El resultado es un gran estrés en la conducción de vehículos y un gran sentimiento de impotencia y frustración, con enorme pérdida de tiempo, de combustible y desgaste vehicular. Iniciamos nuevos elevados para mejorar la circulación, pero al mismo tiempo permitimos que miles de “carros conchos chatarras” estén utilizando las avenidas como estacionamiento, y en algunos puntos ya paran en doble línea.

Definitivamente, el espejo del tránsito vehicular es un gran incentivo al desorden y la anomia nacional.   

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