POR MU-KIEN ADRIANA SANG
A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
Esos locos bajitos, Joan Manuel Serrat
Estoy convencida que debemos darnos permiso, tiempo y espacio para acariciar nuestro propio corazón. La vida agitada del vivir cotidiano, de luchar con las adversidades nos encierran en nuestras angustias y no somos capaces de sabernos amados ni de amar.
No tuve la dicha de gestar una vida en mi vientre. Estéril desde siempre, no sentí patadas, ni dolores cuando la nueva esperanza crecía. No tuve la experiencia de pasar noches enteras cargando un capullo que se abría con llantos al mundo. Acepté ese designio de mi existencia con alegría.
Entonces decidí llenar ese espacio inconcluso, labrando mi propia vida y amando sin condiciones las extensiones de vida de mi inmenso universo familiar. Los acompañé, los cargué, jugué con sus juguetes, caminé junto a ellos por los parques y disfruté inmensamente cada una de sus ocurrencias.
Tiempo ha pasado y esos 20 sobrinos y sobrinas han empezado a hacer sus caminos.
Después mi corazón tuvo la dicha de parir dos hijos. Con Rafael y sus hijos, Arancha y Rafael, hoy mis verdaderos hijos, he aprendido adulta la dicha de contar con una familia propia. ¡Qué ironías tiene la vida! Después de haber aceptado la incapacidad de procrear, procreé por el amor y la extensión de ese amor. Sin haber sido totalmente madre, la vida me dio el regalo de ser abuela. Y ya mi niño, Rafael Eduardo, tiene un año.
Cuando nació y lo vi tan pequeño y diminuto, me pregunté muchas veces si tenía el derecho de amarlo sin condiciones, de sentirlo mío, de ser mi nieto y de yo ser su abuela. Mientras crecía, mientras sus brazos rodeaban mi cuello, mientras sus llantos o su risa me lastimaban o alegraban, ya no tenía ninguna duda. Rafael Eduardo es y será siempre una extensión más de mi amor.
Estuve presente en sus esfuerzos por gatear, cuando por fin avanzó y llegó hacia la meta. Fui testigo de sus esfuerzos por agitar sus pequeñas manos para imitar el canto de la linda manita que tengo yo; de su risa sonora cuando aprendió a entender el canto inventado por su tía Arancha con el lema desorden y tigueraje. Estaba presente junto a los demás cuando hizo su primer solito y nos miró orgulloso de su hazaña. Ahora camina y me toma de la mano para dar nuestros largos paseos. Visitarlo es la mejor manera de acariciar mi corazón, de darme el tiempo para la ternura, sintiéndome testigo de esa pequeña vida que comienza a andar por el mundo. Pocas cosas son tan hermosas como cargarlo y caminar por las calles, colocarlo de frente, sentado en mi hombro, para que él, cual Cristóbal Colón en ciernes, señale con su dedo índice derecho la ruta que debemos seguir y las cosas que debemos ver.
Al vivir la experiencia de mi pequeño niño, de juntarla con las vivencias de mis 20 sobrinos y sobrinas, comprendo una vez más que no hay mejor manera de vivir ni de encontrar la verdadera esencia del amor, que hacer un constante viaje a nuestros propios orígenes. Recordar cuando también forjábamos la sonrisa abierta y gozosa de nuestros años de infancia. Esa risa franca y espontánea con la que recompensábamos cualquier caricia, cualquier gesto o atención de nuestro padre y madre; de nuestros tíos, tías, abuelos, abuelas, hermanas y hermanos. Creo que seríamos más felices si pudiésemos recuperar la naturalidad de vivir y la inocencia perdida.
Cuando me siento cansada o triste, recurro al recuerdo de las sonrisas de los niños que han rodeado mi existencia y me han llenado de alegría. De Carlos Sujou el primogénito que siempre me preguntaba: Tía ¿qué me trajiste?. De Eli María porque dio tanta brega para nacer y hoy es una mujer de primera. Ana Sofía que siempre me llama cuando tiene una necesidad y pronto será futura esposa. De Lucía, Angélica y Ana Milagros el otrora trío inseparable que el tiempo y la distancia han obligado a separarse. De los varones que pensé que nunca crecerían porque sus necedades me enloquecían: Víctor Miguel, Julio César y Miguel Eduardo. De los músicos y artistas que hoy ya no quieren compartir con los adultos porque no los entendemos Miguel Su Lion, Freddy y Guillermo. De los que están lejos y mantienen sus lazos sentimentales como Jorge Luis y Su Jam, De Su Jen, sonidista y empresario que busca atropelladamente su rumbo. De Ada, la eterna Barbie medio china y medio caribeña. De Julia Haydée mi cariñosa pintora poseedora de grandes talentos. Y por último de los tres pequeños retoños que todavía llenan de vitalidad el espacio porque viven con alegría su niñez: Suchan, Ana Lucía y Adrian.
He aprendido que a los niños hay que darles amor y acompañarlos. Dejarlos ser. Ayudarlos a que tomen sus propias decisiones. Acompañarlos para que tomen las riendas de sus vidas. Estar presentes para ayudarles en las caídas. Llorar con ellos sus fracasos y alegrarnos de sus triunfos. Así quiero yo estar en la vida del loco bajito que cumple un año. Que acepte a esta abuela de identidad bifurcada. Que comprenda a esta abuela atípica que no aprendió de biberones ni pañales. Que me ame a pesar de que no pueda disponer de todo el tiempo para cuidarlo y acompañarlo. Solo quiero que mi niño sea feliz y pueda bendecir a sus jóvenes padres.