Ese triunfo es del pueblo dominicano

Ese triunfo es del pueblo dominicano

Desde la noche del 16 de mayo ha habido un notable empeño en reducir el éxito que representaron los comicios presidenciales de ese día, sobre la base de que se puso en marcha todo una conspiración para vulnerar la voluntad popular expresada en las urnas.

Es comprensible que muchos se dejaran sorprender por los dramáticos rumores puestos en circulación aquella noche que daban cuenta de cercos a centros de votación, robos de urnas y movilizaciones de militares y paramilitares para anular los cómputos.

Algunas de esas versiones estaban revestidas de realismo, como aquella que situaba al coronel Pepe Goico cargando con las urnas de un centro de votación de la autopista Duarte. Más aún cuando la transmitían a instituciones sociales, medios de comunicación, embajadas y jueces electorales dirigentes políticos reconocidos.

Se llegó a propalar que el secretario de Estado norteamericano Collin Powell, preocupado por el golpe de Estado electoral en marcha, había llamado al propio presidente Hipólito Mejía y que por es razón fue que el mandatario aceptó su derrota tan temprano.

Muchas personas serias han sido convencidas de que si prevaleció la voluntad popular fue por la intervención de Powell, del subsecretario general de la OEA y de monseñor Agripino Núñez Collado, quien obviamente preocupado por lo que la Comisión de Seguimiento a la Junta Central Electoral llamaría luego «un clima de incertidumbre», demandó respeto a la voluntad popular, recordando la irrupción militar de 1978.

Sus palabras sembraron la certeza de que se intentaba vulnerar la voluntad popular y que si no hubiesen surgido esos chapulines colorados la elección hubiera naufragado.

Sin embargo, no todos entramos en pánico aquella noche. Algunos habíamos sostenido a lo largo del proceso electoral que el PLD ganaría con un margen tan amplio como el que indicaban las encuestas acreditadas y que aquí no pasaría absolutamente nada.

No porque no hubiesen quienes quisieran imponerse por encima de la voluntad democrática de la nación. Que los había como ha ocurrido en cada elección nacional, de organizaciones políticas, sindicales y profesionales. Sino porque no podían, porque por encima de ellos estaba la voluntad decidida de gran parte del pueblo dominicano.

Por ejemplo en Participación Ciudadana, gracias a su red de observadores, se procedió a verificar las denuncias, y se fueron comprobando que todas eran falsas. No hubo ni un solo centro asaltado, ni urna robada ni perdida, ni cerco ni movililzación militar. También lo comprobamos mediante la red de reporteros que integraron Teleantillas y Telesistema Dominicano.

Posteriormente hemos averiguado en las más diversas fuentes si se puede mencionar un solo hecho concreto que indique que se puso en marcha una conspiración contra la voluntad popular. Nadie la ha aportado. A no ser que vayamos a creer la que escuchamos

en Santiago, de que se había constituido un comando con presos liberados de diversas cárceles.

Como si en esta época fuera posible vulnerar una elección con un grupo de bandoleros. O como si alguna vez los golpes de estado hubiesen ocurrido sin el concurso de grandes intereses económicos, de las Fuerzas Armadas, de los sectores conservadores de las iglesias, de los Estados Unidos. Y todos esos sectores de poder más la sociedad civil organizada estaban vigilantes en defensa de la transparencia y del ejercicio democrático.

En realidad lo único que pudo causar incertidumbre la noche del 16 de mayo fue la dilación en los cómputos, que en algunos centros y juntas municipales fue provocada por delegados de los partidos perdedores, que dilataban o se negaban a validar las actas.

Todo el que conoce el sistema electoral sabía que esa práctica es común, que incluso en las pruebas de la transmisión de los datos se señaló como el principal factor de dilación, y que desde 1990 para acá ha originado tapones en los mayores municipios, como el Distrito Nacional y Santiago, donde en el 2002 se validaron actas durante varios días.

Dilación no ha implicado conspiración ni antes ni esta vez. La realidad es que los perdedores no tenían nada que hacer. Que el sistema electoral que hemos ido construyendo tras los traumas de 1990 y 94, es bastante eficaz, que el padrón fotográfico es excelente y que decenas de instituciones nacionales de todos los niveles sociales han trabajado intensamente durante los últimos años para promover una cultura y conciencia democrática.

Una Coalición por la Transparencia y la Institucionalidad integrada por más de un centenar de organizaciones, estaba respaldando la red de observadores electorales de Participación Ciudadana, que tuvo a más de 6 mil 500 personas siguiendo el proceso.

El informe final de esa red no deja dudas de que en estas elecciones triunfó el empeño por la transparencia y la limpieza, al indicar que «el escrutinio se realizó con normalidad en el 90 % de los colegios, que en el 5.6 % hubo confusiones en el manejo de los formularios, y en el 3 % algunos delegados dificultaban el desarrollo del cómputo».

Le creo a la red de observadores más que a los rumores que nadie ha podido demostrar. E insisto en que el triunfo fue del pueblo dominicano que se empeñó en derrotar la reelección y en cerrar todas las puertas al arrebato.

Que la Junta Central Electoral, pese a su pecado original y otras fallas, realizó su papel el 16 de mayo, tampoco me cabe dudas. Como que el presidente Mejía tuvo la gallardía de establecer récord nacional en rapidez de aceptación de una derrota, para cualquier candidato y especialmente para uno que ejercía la presidencia, lo que permitió saber quién había ganado por primera vez antes de la medianoche.

Que me perdonen los que creen que nada de esto tiene importancia. Es que los tiempos han cambiado en el país y en la región. La Comisión de Seguimiento, Participación Ciudadana, los diplomáticos y los observadores internacionales ayudaron, pero el triunfo es del pueblo dominicano. No se lo arrebaten.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas