Pasos acelerados en todas las calles, rostros cargados de sueños secuestrados por acciones adversas a nuestras utopías sociales; manos abiertas esperando un abrazo sincero y despolitizado, es lo que veo en cada momento, espacios vacíos que pueden ser llenados desde una plataforma fabricada de sinceridad y honestidad. Pero no siempre es así, los espacios siguen vacíos, esperando ser llenados por las dinámicas sociales que nos rodean cada día.
Somos raros y complicados, trabajamos duro para conseguir reconocimientos y ser respetados, amados, exaltados, y venerados; sin embargo, no lo conseguimos, porque nuestros deseos opacan las necesidades básicas y reales de aquellos que también buscan ser llenados de acciones intangibles. Somos bien raros, tan raros que no nos detenemos a reflexionar y a analizar el porqué seguimos vacíos y sin un destino que nos haga dormir y reposar en paz. Llenamos los vacíos de cositas superfluas, con luces que nunca podemos tocar ni retener, nos movemos en círculos que parecen estar llenos de virtudes, pero cuando entramos también están llenos de estiércol existencial.
Nuestros espacios están tan vacíos que buscamos la forma de incursionar en actividades que nos hagan sentir importantes y deseables; espacios como ser parte de un partido político, estructuras eclesiásticas, clubes sociales, eventos, viajes, fiestas, actividades artísticas, o cualquier otro evento que nos sacudan las paredes que retienen la inconformidad que coexiste en nosotros. Al llegar a esos espacios reales, importantes y determinantes, llegamos con nuestros vacíos y temores, duplicando otra vez las debilidades que no nos permiten crecer y nos impiden vaciarnos en las vidas de los demás. Queremos estar en las iglesias sin imitar a Jesús, queremos estar en las estructuras políticas sin practicar la integridad, queremos estar en los clubes para proyectar nuestra falsa tarea de servir, queremos usar las artes para desnaturalizar la belleza y dejarla en aquel vacío que no tiene medida ni fondo.
El espacio vacío nos lleva a recordar a nuestros héroes, pero no queremos convertirnos en héroes y mucho menos pagar el precio de ser rechazados por promover el bien. Usamos máscaras, caminamos al revés, no queremos identificarnos con la verdad, con la justicia, con la equidad, somos expertos en aparentar que estamos bien, nos engañamos a nosotros mismos, y lo sabemos muy bien, tan bien que pensamos que así debería ser. Seguimos cultivando el vacío que queremos llenar pero no sabemos cómo hacerlo o no queremos pagar el precio de perder influencia y aplausos.
La única forma de llenar el vacío es entregándonos a los demás como a nosotros mismos, exaltando a los demás, usando la política para generar potestad ciudadana, riquezas y equidad. El vacío siempre estará ahí junto a nosotros, y somos nosotros los responsables de llenarlo. Así es, ya Dios dejó su plan, nos toca a nosotros ejecutarlo y así disfrutar de un país más estable y seguro.