Este 28 de abril de 2025, pasadas las 11:00 de la mañana, España vivió un apagón eléctrico sin precedentes que dejó sin suministro a toda la península ibérica, incluyendo Portugal, y algunas ciudades del sur de Francia. En cuestión de cinco segundos, desaparecieron 15 GW de generación eléctrica, lo que representó un 60% del consumo nacional, según informaron medios locales.
No solo fue un apagón eléctrico, la red de internet fue interrumpida y no había acceso a informarse sobre qué estaba ocurriendo.
Los semáforos no funcionaban provocando un caos en las vías, gente caminando por todos lados tratando de llegar a algún lugar. La red del Metro de Madrid, Renfe y Cercanías (servicios de trenes de corta y larga distancia) también estuvieron fuera de servicio.
El apagón tuvo un impacto significativo en la vida cotidiana y en eventos importantes. Comercios, grandes y pequeños, todos cerrados, apenas unos pocos locales que cobraban en efectivo pusieron permanecer abiertos y quienes como yo que no usan dinero efectivo se quedaron sin posibilidades de adquirir cualquier producto o servicio.
La causa exacta del apagón aún no ha sido determinada. Al respecto, la Red Eléctrica Española (REE) informó que una oscilación muy fuerte del flujo de potencia en las redes eléctricas provocó la desconexión del sistema español del resto de la red europea .
Aunque se ha especulado sobre posibles causas, incluyendo fallos técnicos, fenómenos meteorológicos o ciberataques, las autoridades han pedido evitar conjeturas mientras se lleva a cabo la investigación.
Este incidente plantea serias preguntas sobre la resiliencia y preparación del sistema eléctrico en España. Aunque la REE ha asegurado que existen planes detallados para enfrentar este tipo de eventos, la magnitud del apagón sugiere la necesidad de revisar y fortalecer nuestras infraestructuras y protocolos de emergencia.
Este apagón nos deja una lección clara: por mucho que la tecnología avance y nos prometa control y estabilidad, seguimos siendo profundamente vulnerables. La electricidad y el acceso a internet no son lujos: son la base sobre la que hemos construido nuestras vidas modernas. Un solo día sin ellos puede desestabilizar desde nuestras rutinas más simples hasta los sistemas económicos y sociales más complejos.
Para quienes venimos de América Latina, donde los apagones forman parte del paisaje cotidiano, quizá tengamos una mayor tolerancia a la incertidumbre.
Sin embargo, en países altamente desarrollados y digitalizados como España, un apagón de esta magnitud representa una verdadera emergencia nacional. Es un recordatorio de que ninguna sociedad está exenta de imprevistos, por más avanzado que sea su nivel tecnológico.
Hoy más que nunca toca replantearnos nuestras prioridades. Tal vez sea momento de volver a las bases: tener a mano radios portátiles, linternas y baterías, elementos que parecían reliquias de otra época pero que en realidad son una inversión en resiliencia. La modernidad nos ha hecho dependientes, pero no debemos permitir que también nos haga vulnerables.
Es esencial que se realice una investigación exhaustiva para identificar las causas del apagón y se implementen medidas preventivas para evitar futuros incidentes.
Además, es crucial mejorar la comunicación con la ciudadanía durante emergencias, proporcionando información clara y oportuna para reducir la incertidumbre y el pánico.