Espectáculo “LAC” el discreto aleteo de los cisnes

Espectáculo “LAC” el discreto aleteo de los cisnes

La presentación en el país de los “Ballets de Monte Carlo” y la puesta en escena del ballet “Lac”, de la autoría del coreógrafo y director de la Compañía, Jean-Christophe Maillot, basado en “El Lago de los Cisnes”, había creado gran expectativa entre los amantes de la danza.
Desde su visión, Maillot, transgresor contumaz, busca conferirle a este emblemático ballet de Tchaikovsky un nuevo acento, una energía vital, enfatizando desde otra perspectiva, lo psicológico.
Su versión, lograda en colaboración con el dramaturgo Jean Roudaud, es audaz, desafiante; convierte la historia de Sigfrido y Odette en intemporal.
“El Lago de los Cisnes”, basado en el cuento “El velo robado” del alemán Johann Karl August Musaüs, es el primero de la tríada de ballets de Tchaikovski y último desde el punto de vista de su definitiva versión –Petipa-Ivanov–, es un clásico del teatro de danza, una fusión perfecta de académica composición coreográfica y de poesía lunar tardo romántica, de claridad formal, que más allá de la belleza plástica subyace el inquietante simbolismo psicológico de la lucha entre el bien y el mal, –cisne blanco, cisne negro–.

Maillot, en su “Lac” neoclásico, mantiene un paralelismo con el emblemático ballet, simboliza en el blanco –Odette– la belleza, la pureza, la inocencia, y en lo negro –Odile– la maldad, la oscuridad, el erotismo, pero además, enfatiza el antropomorfismo de la historia, el lado animal, el ave convertida en mujer.
En “Lac” la fantasía, lo onírico, son elementos omnipresentes, el mago “Rothbart”, es convertido en “Su Majestad la Noche”, personaje maquiavélico, una especie de bruja seductora, tenebrosa y malvada.
Maillot logra dar un giro al cuento medieval para convertirlo en un drama moderno, apartado del clasicismo, protagonizado por hombres y mujeres de hoy con sus contradicciones.

La bellísima música de Tchaikovsky es elemento esencial en “Lac”, pero de alguna manera es un valladar, porque no importa cuán espléndido sea el momento coreográfico, siempre evocará un instante del eterno “Lago de los Cisnes”.
Pero más allá de la narrativa, la danza es el arte del espacio y el movimiento, y Maillot es un verdadero orífice, capaz de crear una caligrafía coreográfica atractiva, equilibrada. En una osadía más, el coreógrafo cambia la música creada por Tchaikovski para determinadas escenas icónicas específicamente para uno de los momentos líricos más entrañables de “El Lago de los Cisnes”, y la utiliza para escenas dramáticas como la aparición de “Rothbart” o más bien “Su Majestad la Noche”, pretendiendo alejarse del original, y digno es reconocer que el momento es impactante, plásticamente bien logrado.

Sin embargo, los grandes ballets clásicos han trascendido en el tiempo justo porque sus coreografías están bien diseñadas y en consonancia con la partitura musical.

El ballet inicia con un prólogo. En una pantalla se proyecta un corto en blanco y negro, en el que aparece el rey y la reina observando al príncipe siendo niño, celebrando su cumpleaños junto a una niña, luego aparecen dos invitadas, al parecer no previstas, otra niña junto a su madre… son las claves del destino. Inicia el primer acto, el príncipe es ya adulto.

La escena es una explosión de movimiento y color, el trabajo coral es dinámico, destacando las mujeres. Las múltiples escenas, catorce exactamente, alargan en demasía este primer acto.
El segundo acto es espectacular, los grupos ceden el protagonismo a los solistas. Sin el lirismo y virtuosismo que caracteriza este momento, el punto culminante es el hermoso pas de deux, entre el príncipe Sigfrido –Matej Urban– y el cisne blanco convertido en mujer –Ekaterina Petina–, ambos se reconocen y el amor los une, se juran amor eterno, el paso a dos es enternecedor.
Mención especial merece la bailarina April Ball, intérprete del Cisne Negro. Los cisnes aparecen, pero no, son mujeres ataviadas de hermosos trajes adornados con plumas –único referente–, el movimiento ondulante de los brazos es reemplazado por el aleteo discreto de las manos, provistas de una especie de abanicos formados por plumas, la evocación de la escena del lago es inevitable.
Maillot convierte el tercer acto en una apoteosis final.
Las escenografías sobrias, minimalistas, constan de tres columnas, tres tronos, en el primer acto y una especie de gruta macabra para el segundo acto.
Para finalizar, luego del encuentro del príncipe y su prometida, cuyo amor la ha convertido para siempre en mujer, desciende una especie de cortina que, cual tornado, envuelve a los amantes y los transporta hasta el infinito, unidos por el amor eterno, la alegoría es hermosa, el momento impactante.
Es cuando el público se levanta de la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional y aplaude calurosamente a “Les Ballet de Montecarlo” y a su director y coreógrafo Jean-Christophe Maillot, quien con su ballet “Lac” marca un hito en la historia de la danza neoclásica contemporánea.

 

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