Espejismo democraticista

Espejismo democraticista

PEDRO GIL ITURBIDES
Gran Bretaña inicia preparativos para reducir los contingentes militares en Irak. Con dos explosiones e incendios ejecutados y otros varios frustrados, los ingleses comienzan a preguntarse qué hacer en Irak. Lord Paddy Ashdown resume en breves palabras lo que hacen en aquel territorio del Asia Menor: volverse un objetivo para la violencia. Y concluye con la misma simpleza: «Necesitamos transferir este proceso a los iraquíes».

Pero en realidad Gran Bretaña no tiene contingentes militares importantes en aquellas tierras. Siete mil soldados son una insignificante partida frente a los poco más de cien mil de la fuerza de ocupación de los Estados Unidos de Norteamérica. El problema para los ingleses no es el número. Es la presencia, que, para los radicales de la lejana región, sigue constituyendo el apoyo moral en que todavía se apoya George W. Bush. No es mucho, aunque es demasiado. Y así lo contemplan crecientes sectores de una opinión pública inglesa que se siente cada vez más amenazada.

Ashdown, que ejerció como Alto Comisionado de las Naciones Unidas en Bosnia, explica que los atentados de los días recientes, los ejecutados y los frustrados, son una respuesta a un pecado capital. Ese pecado fue, conforme este político inglés, asumir unos objetivos «absurdamente ambiciosos, como fueron recrear a Washington en Bagdad, y establecer una democracia de estilo occidental en un país del Medio Oriente».

Porciones del pueblo inglés, y políticos de oposición, urgen la salida. Sin embargo, el gobierno inglés no se encuentra tan presuroso. El Ministro de Relaciones Exteriores, David Miliband, reconoce que su país vive «una situación muy difícil y muy peligrosa». Mas no quiere que le pongan fechas inmediatas a la salida de las tropas del territorio iraquí. Después de todo, él y el Primer Ministro, Gordon Brown, son laboristas, como laborista lo es Tony Blair, compromisario de Bush en la operación de Irak.

A este último se le enrostra no haber aprovechado su probable influencia en Bush para torcer el curso de los acontecimientos del 2003. En realidad, nadie, en Washington o en Londres, deseaba escuchar disensiones. Las promesas de un futuro petrolero promisorio eran tan evidentes que más bien era inapropiado escuchar a alguien. Ni a un iluminado como Juan Pablo II, ni a aliados de gobiernos tradicionalmente adheridos a la política exterior estadounidense, fue posible escuchar en medio de tantas expectativas.

«Entramos, acabamos y controlamos», fue la promesa que se hicieron Bush y Blair. Entraron y acabaron, en efecto, en breve tiempo. Pero aquello no ha podido controlarse y, por el contrario, despertaron animosidades en otras latitudes, en buena parte de los países de la región. Por eso es necesario para los ingleses el retiro, pues ya las bombas no se ponen en Bagdad o sus inmediaciones. Ahora también se ponen en Londres o en Glasgow. Y ya esto pasa de castaño a oscuro.

Recordamos a Haití. También aquí, al lado nuestro, quiso Bill Clinton restablecer una democracia que nunca existió. Y guardando las distancias, porque la radicalidad de los haitianos no llega ni al tobillo de los fanáticos musulmanes, tampoco en Haití se ha logrado «restablecer» lo que nunca existió. Pero al menos hay menos desasosiego que en Irak. Los haitianos pueden hacerle su brujería a Bush o a Blair, pero no llevarán a Glasgow un vehículo con explosivos para quebrar la tranquilidad inglesa.

Lo de Irak, por tanto, debe servir de lección. No siempre podemos construir la democracia como si fuera tela para coser un traje. Esta resulta de un proceso que viven los pueblos, y que deben vivir conforme su idiosincrasia y sus tradiciones.

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