¡Espejito… espejito!. Desde el Siglo XVI un elegante marco, con pie artístico proyectaba por primera vez una realidad que desaparecía y reaparecía dependiendo de lo interesado… Fue una superficie mágica… Unas veces cautivante y otras veces aterradora… Fue capaz de mostrar imágenes nunca vistas del ser humano, que sin habérselo propuesto sirvió de parámetro para la fascinación del hombre o de la mujer, por sí mismos.
En la Turquía de hoy –antes Anatolia-, se registraron los pedazos de piedras que fueron capaces de sorprender por su condición de poder reflejar realidades que permitían reinterpretación… Quizás el espíritu de Píndaro andaba por ahí pululando a su antojo, pero reservándose para este siglo. Lo cierto es que, años más tarde, los egipcios, etruscos, griegos y romanos se lanzaron a fabricar objetos en piedra y metal, en algunos casos utilizando en aleación el cobre y el estaño. De ello ha dado un rico testimonio la antropóloga Sabine Melchior-Bonnet, quien luego de haber dedicado años investigando, nos ha legado sus valiosos conocimientos, hasta el punto de recordarnos que Séneca hizo referencia a cómo las romanas alimentaban su ego y símbolo de estatus al expresar que ‘¡Por uno solo de esos espejos (…) las mujeres son capaces de gastar el importe de la dote que el Estado provee a las hijas de los generales pobres’, además de que por allá por el siglo XVII una mujer podía pagar un precio exorbitante por un espejo.
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“Hoy, los espejos están por doquier… -expresa Herminio, que en su día de días se levantó más motivado que nunca-… Si no los vemos, nos sentimos sumidos en la incertidumbre”… “¡Deja de soñar, Herminio, -le grita Píndaro-… Ya antes de tu nacer yo estaba dando vueltas por ahí, asechando a todo el que se me acercaba a peinarse… a afeitarse… a pintarse los labios –sin botox aplicado, pues no era usual en esa época-… Hoy, que acabas de cumplir tus 74, eso me permite decirte que te puedes dar el lujo de que soy 27 años más joven que tú!”… Herminio, abre sus ojos de par en par… se lleva su dedo índice de la mano derecha a la frente y empieza a rascarse como buscando una explicación sobre esa expresión que acabada de escuchar… Ahora, lo mira fijamente y le comenta a su alter ego: “Somos lo que aprendemos y, si aprendemos a infravalorarnos a lo largo de nuestra vida nunca podremos lograr lo que queremos… Ya que tú me dices que tienes una menor edad que yo por disfrutar de vivir en un espejo, quizás por eso me ayudas continuamente a mejorar mi autoestima y fomentarme un más fuerte auto concepto gracias a la introspección que hago cada vez que puedo a través de acercarme a ti”.
“¡Vas bien… Por ahí vas bien, Herminio! –exclama Píndaro-… Tendemos a valorar a los demás y nos olvidamos de auto valorarnos, y así conocernos, entendiendo lo que tenemos, lo que somos y lo que podemos hacer por nosotros –primero-, y por los demás –después-“.
Herminio, que desde fuera sólo se ha quedado escuchándolo dentro de su espejo, sonríe lleno de satisfacción y le mira fijamente, mientras exclama: “Píndaro… ¡Ya tengo ‘74’!… Pero, al mirarme y proyectarme hacia ti frente a tu morada –tu espejo-, esa cifra la puedo ver al revés, proyectando un ‘47’… Una realidad que me lleva a auto motivarme, y a pensar que esos 27 años de diferencia entre mi alter ego y yo me los estoy ganando en espíritu!… ¡Todos debemos dar vida a nuestro alter ego a través del uso correcto del espejo!”