Espejos, imágenes, espejitos y  espejismos

Espejos, imágenes, espejitos y  espejismos

Según la leyenda, Narciso se enamoró de sí mismo al contemplarse en el agua del estanque. Se descubrió el azogue, se inventó el espejo y la idolatría de sí mismo se apoderó de los humanos. España tuvo la suerte en Almadén, de una gran mina de azogue. El individualismo español se cebó fabricando espejitos y cambiándolos por oro puro y legítimo a los nativos antillanos. (Tal vez no hubo engaño, el oro no es más apreciado que el propio rostro en el espejo; y el oro también es usado para el culto al yo). Desde entonces ni criollos, ni mulatos ni nadie ha salido del afán de verse e imaginarse a sí mismo en el espejismo de la vanidad y del consumismo.

El cine y la televisión fueron prontamente los espejos en donde cada uno aprendiera a verse a sí mismo en otra persona, en ídolos de Hollywood, cantantes, deportistas, políticos connotados; como imágenes mejoradas y superadas de nosotros mismos, a conformarnos con verlos a ellos, imitar sus gustos, gestos y desmanes, sus jepetas, ropas y perfumes.

Anteriormente a la aparición del espejo, individuo  y comunidad eran una misma y sola cosa, el uno se veía a sí mismo solamente en el rostro de los  hermanos, en las pupilas del ser amado.

Con el espejo hubo mayor emancipación personal, individual, egoísta, que pervirtió el sentido de grupo y los propósitos colectivos. Se cambió el interés común por el interés semejante, como el de los cangrejos que intentan salir de una lata, o cuando tratamos de entrar al mismo tiempo en un autobús, sin ponernos de acuerdo para hacer una fila.

El espejismo fue una experiencia anterior, pues ya en los desiertos se avistaban imágenes irreales a causa de la imaginación aguzada por el hambre, la sed o el miedo de los aventureros.

Y aún antes, siempre hubo otras suertes de espejismos. Esaú se disipó entre las paganas faldas de las cananeas, pensando que su viril hermosura era digna de exquisiteces sensuales y mejores guisos, y jamás dedicarla a gobernar a un pueblo sometido a un dios que no mostraba su rostro, ni permitía imágenes de sí ni de nadie.

Los quisqueyanos continuamos extraviados detrás de los espejismos de una civilización falsificada, entre apagones y obscuridades (y obscenidades), en estas desandanzas del subdesarrollo, pleno de vaciedades inconexas y tecnologías deslumbrantes, a menudo inconducentes, idolatrando a farsantes, gobernados por hombres sin fe, sin visión ni proyecto espiritual, enredados en los sofismas y los espejismos de la globalización y sus celebrantes. Siempre dispuestos a negociar con el diablo valores por espejismos y espejitos: “Necios, idiotas como sus ídolos, son los que los siguen y enaltecen”(Salmo 115).

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