Esperan les hagan escuela derribó viento

<p>Esperan les hagan escuela derribó viento</p>

El plantel, si es que puede llamarse así, era la suma de cinco paredes de zinc, con techo del mismo material, algunas frágiles vigas de madera y dos afiches que hablaban de la Patria y la modernidad en un espacio en el que no se le rendía culto a ninguno de los dos

Por MARIEN ARISTY CAPITAN

“Cuando nosotros tábano adentro nosotros oímos que se cayó un palo, entonce salimos todito corriendo pa’ fuera y despué, má al rato, se cayó”, cuenta María Stephanie Disla Bruno, al referirse al momento en que cedió el techo de la Escuela Emmanuel, donde recibía docencia hasta hace tres semanas.

Aunque esto sucedió el jueves veinticinco de enero, como precisó una de las vecinas, todavía Disla Bruno se agita cuando recuerda que aquel día a las dos y media de la tarde se quebró la viga central de la rancheta y la mayor parte del techo se vino abajo.

Ubicada en el sector Nuevo Amanecer, de Santo Domingo Este, esta escuela es el mejor ejemplo de la desidia y el abandono en el que están muchos centros educativos del país: sus paredes frágiles, sus techos agujereados y las vigas podridas son tan vulnerables que ceden fácilmente ante los antojos del viento.

Eso fue lo que le sucedió, como recuerda Disla Bruno, a esta escuela: una fuerte brisa rompió la viga central. Es por eso que en estos momentos los niños están recibiendo clases en otro espacio: el Centro Educativo Génesis que, aunque tampoco está en las mejores condiciones, les ofrece mayor seguridad.

El problema, sostiene Disla Bruno, es que ahora no les están dando “mucha clase” y apenas les ponen a hacer alguna práctica en el curso. Tras indicar que los despachan muy temprano, la niña agrega que básicamente les asignan algunas tareas para que las hagan en la casa.

UNA TRISTE ESCUELA

Quien observa las planchas de zinc y las vigas carcomidas tiradas en el suelo, estrujadas cual servilletas que alguien dejó tiradas una vez, no puede imaginar que debajo de ese techo maltrecho recibían clases la mayoría de los estudiantes.

El plantel, si es que puede llamarse así, era la suma de cinco paredes de zinc, con techo del mismo material, algunas frágiles vigas de madera y dos afiches que hablaban de la Patria y la modernidad en un espacio en el que no se le rendía culto a ninguno de los dos.

Lo primero que se ve al llegar al plantel, después de pasar por un camino de tierra que es capaz de ahogar a cualquiera, es una bandera que está sostenida por un bloque de cemento. Detrás de ella, que ondea con orgullo al viento, se ve el frente de la escuela, que es la parte que aún se mantiene en pie, donde había ubicada un aula.

Separada por una pared, de zinc también, estaba el otro salón, donde convergían tres cursos en cada tanda. Fue en esta área, un poco más grande que la de la entrada, que el techo y una de las paredes se desplomaron.

Aunque hoy nadie se cobija dentro de este espacio, por el temor a que le caiga encima lo que queda de él, los niños estuvieron recibiendo clases junto a él hasta hace muy poco. A pleno sol, soportando el calor de este barrio improvisado al que apenas llega el agua cada dos o tres meses, intentaban aprender lo que sus maestros le enseñaban.

Fue entonces, según cuenta la mamá de María Stephanie, que las autoridades educativas se enteraron de lo sucedido con la escuela y tomaron la decisión de enviar a los estudiantes a dos pequeños centros educativos que hay en el área: Las Abejitas, donde asisten los más pequeños; y el Génesis, donde van los mayores.

Pero las autoridades, dice Sofía Bruno, también se comprometieron a levantar la escuela. El problema que han enfrentado, establece, es que no tienen agua y necesitan hacer un pozo para entonces comenzar a levantar el plantel.

Aunque aún no se vislumbra ningún movimiento de nada, los moradores de esta zona esperan contar con una buena escuela algún día. Cuando eso suceda, verán cumplido un gran sueño: enviar a sus hijos a estudiar sin sentir el temor de que algo les suceda.

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