La esperanza representa la expectativa humana por la llegada de un acontecimiento gratificante.
En la República Dominicana hay dos clases sociales con enormes diferencias, aunque los políticos y teóricos las subdividan eufemísticamente en media, media baja y media alta. Aquí habitamos los que estamos bien y los que estamos mal y los primeros no necesitan abrigar esperanzas porque tienen sus sueños realizados.
Una breve relación de lo que no tienen resume su estatus: No tienen que levantarse temprano a coger un carro de concho, una guagüita voladora o un motoconcho terrorista para llegar a su lugar de esclavitud (perdón, de trabajo); no tienen que pasar por montones de basura súper contaminante atravesada en calles y carreteras, no tienen que hacer largas filas aguantando empujones para que les den una tarjetita de limosna gubernamental, no tienen que suplicar para conseguir una cama o un turno para consulta en un hospital público, no tienen que hacer “serrucho” familiar para poder comprar un medicamento de alto costo, no tienen que coger dinero prestado a familiares o amigos para comprar útiles escolares y no tienen que decir a sus hijos que a Santa Claus (Santicló) le dio covid 19 y no pudo traerles regalos navideños o de Reyes.
Los otros, los que no están bien, tienen todo lo anterior y un chin más; sobre todo tienen una minúscula esperancita de que, algún día, por obra y gracia del Espíritu Santo y no de los políticos, cambiará su destino y no seguirán esperando citas para gozar de bienestar o prosperidad en un país que solo tiene para ellos un inmenso mar y un inmenso cielo para emigrar.