Esperando a las bárbaras

Esperando a las bárbaras

POR GRACIELA AZCÁRATE
(Para Sara Pérez, Erika Guzmán y Patricia Mora)

¿qué esperamos agrupados en el foro? (…) Hoy llegan los bárbaros que odian la retórica y los discursos. Porque la noche cae… ¿y que será de nosotros si no llegan los bárbaros?

“Esperando a los bárbaros” de Kostantino Kavafis, escrito en Alejandría hacia 1911.

“No me voy a cambiar el rostro ni el nombre ni el pasado.  Sigo siendo una mujer sola, vulnerable, aterrada, infestada de pesadillas, incomprendida y otras cosas peores.  Pero sobre todo soy, sigo siendo, seguiré siendo periodista. 

Y frente a mi espejo no tengo deuda alguna… “

Isabel Arvide, periodista mejicana.

Queridas muchachas:

¡Qué grato es seguirles los pasos de pequeña horda de guerreras neolíticas que imponen con la claridad de sus acciones decididas los principios de equidad y justicia en esta sociedad trastornada!

En fin, que ustedes han  cambiado el humor de mi vieja profesora de historia.

Esa a quien yo sirvo de alter ego o más bien de guía ancestral.

Por que les diré, que en realidad soy una especie de espejo metafísico, como ese de Primo Levi   y le sirvo  de reflejo para poner en mis labios y textos, “lo no dicho”, “lo que no se debe decir”, lo que la convención dicta, para reflejar las mentiras, las trampas y falsedades  y los mil artilugios de la condición humana.

 Soy una guía amable de esta vieja apátrida, esta “extranjera en todas partes” que pasada la mitad de la vida deambula buscando cómo “entrar en la buena noche” sin furia y ardiendo mansamente.

Porque les diré, que como a Don Radha o al periodista xenófobo y nacionalista, a ustedes tampoco las tenía en mente.

Ustedes y sus escritos se le aparecieron de encuentro, la reanimaron, la hicieron reír con ganas, le dieron ideas para nuevos textos, la hicieron subirse a los tramos más alejados de sus bibliotecas buscando el recorte, la entrevista, la foto que le arme el damero de una sociedad a la que quiere pero que la desespera.

Ella anda desde hace meses ensimismada.

Como no tiene empleo, ni   horarios que cumplir, ni jefes que la manden, anda a su aire, “perdida como perra sin dueño” pero al mismo tiempo soberana de su tiempo y sus pensamientos.

Anda introvertida, pensando, rumeando, recortando periódicos, recitando a Vinicios de Moraes, releyendo poesía portuguesa, o al divino Kavafis, observando a la gente de aquí, a los allá, a políticos de aquí y a los allá, a los burócratas, sobre todo a los de aquí.

Observa, evoca, lee, busca libretas de anotaciones, piensa en los amigos, recuerda a los compañeros del pasado, cocina, pasea los perros.

Le encantó cuando Sara apareció después de unas vacaciones y desde Reading como si fuera la balada de Oscar Wilde desde la prisión, la pequeña Sara dijo porqué no había que olvidarse de la violación y el asesinato de un niño con 34 puñaladas que encarnaba todo lo que de atroz guarda una sociedad, que nada en la impunidad y el silencio cómplice.

Y mientras recordaba la infamia del presidente de aquí, con el presidente de allá, recordó a la embajadora y su familia allá, la complicidad y el silencio de aquí y bajó carpetas, miró fotos… y siguió recordando.

Entretanto, ella vagabundea por la casa y el barrio.

En plan de austeridad despidió a la señora que la ayudaba y ha limpiado y refregado de arriba abajo, hasta el último rincón de la casa a tal  punto que el departamento parece una tacita de plata brillante y perfumada.

Le ha pasado pintura a algunas paredes, ha brillado los pisos y las ollas, las bañaderas refulgen como el mármol nuevo, las puertas están enceradas y perfumadas y hasta hizo un acuerdo con uno de los hijos y a cambio de un medio tiempo de lavado y planchar sustituyó a la planchadora y se ha ganado “unos mangos”*1 lavando y planchando los uniformes del veterinario.

La reproducción de las ponencias de un seminario celebrado sobre libertad de expresión en un diario digital la sacó de esa mansedumbre y serenidad habituales.

La oí rezongar y hasta decir unas cuantas palabrotas y afirmar “que no había sido ningun sofocón” sino una burda maniobra que servía para entender sociológicamente porqué la zancadilla y mediocridad triunfan, y pedir honradez y decencia se vuelve una entelequia en asuntos de comunicación.

Ha paseado largamente a la jauría por el barrio, y se ha ganado unos cuantos amigos que por las tardes le dan conversación y la ven recorrer las calles con sus tres perros, mestizos ellos, pero todos pasmosamente educados, cariñosos y serenos.

Ha plantado semillas nuevas en la macetera, podado enredaderas, resembrado los gajitos robados de jardines diversos, ha acomodado armarios y desmontado bibliotecas y también ha aprovechado para quedarse en el suelo, tirada al sol como  “la gata milagrosa” leyendo “Regreso al país natal” de Aimé Cesaire.

A Rene Deprestre, Sir Thomas Walcot y Hughes Langston los sacó de unos anaqueles lejanos a raíz de un   seminario  al que fue invitada y le dio que pensar el asunto de la identidad cultural caribeña y el racismo antihaitiano.

Ha fregado la casa con la parsimonia de una señora en paro, y como diría Gastón Bachelard se ha dedicado a acomodarla, airearla y limpiarla como si se tratara de su identidad.

Al entrar a la casa es como encontrarse con una Hestia introvertida y callada que ha fregado y dejado oloroso hasta el último rincón, la mata de pelo de sus chuchos tiene perfume a champú y hasta las orejas de la gata más joven están libres de mugre y sebo.

La cocina despide olores sabrosos y las horas del almuerzo, la merienda y la cena celebran sabores simples pero confortables que van marcados por la lectura de algunos de sus escritores predilectos que la ponen a inventar recetas exóticas.

Las cortinas están limpias y almidonadas y la cera se huele hasta en el último tramo de madera  que alberga las novelas policiales de Patricia Highmisth, Simenon y Raimond Chandler.

Mientras leía la poesía de Aimé Cesaire buscó la obra de teatro “La tragedia del rey Christophe” simplemente para encontrar el hilo o la clave que le sirviera para reflejar a la pandilla de cortesanos de aquí, que como la “Duquesa de la Marmelade”, o el “Conde de la Limonade” danzan su baile de farsa en una Citadelle que traducido a nuestra realidad bien puede ser esa tumba social que es el Metro.  

Y ahí estaba riéndose sola y planeando venganzas diversas cuando ustedes aparecieron como   esas cazadoras que en el antiguo imperio, asediaban las fronteras y llegaban con antorchas y perros sólo para traer la luz, la valentía y el coraje.

Una  partida vivificante de amazonas que remeneen el árbol de la impunidad, destapen la cloaca y aireen los vientos  contaminados de una sociedad anegada en corrupción.

Es más, desde hace semanas, desde que pasó por el elevado de la John Kennedy y en vez de encontrar el arbolado campus I de la Unphu, encontró un cuadrado arrasado, sin árboles ni verdor, preparado para la especulación y voracidad inmobiliaria, ella que anda “rascando hasta hueso” como el director del periódico urruguayo, o como las dos judías escritoras antisionistas,  hurgando en las mentiras de los racistas o apelando a los “dulces bárbaros” brasileños que a pesar de los años dejaron los egos a un lado y siguen viviendo jóvenes, inmersos  en las premisas de aquel 68 que “prohibía prohibir”, repito, esa memoria de hace mas de veinte años cortada y arrasada la puso en vilo.

Les diré, que ese día era un sábado, y lo que vio desde el elevado la hizo entrar en vena melodramática.  “Desmelenada” y acalorada ni  bien llegó al departamento llamó al hijo para que le confirmara si lo que había visto era cierto o era que no veía un carajo.

Si era verdad que en el pandemonium en que han convertido la capital, el arbolado recinto de la UNPHU I donde los chicos estudiaron en el Liceo, donde ella trabajó por años, donde Juanito se recibió de veterinario, donde llevaban a las bestiezuelas a la veterinaria y hacían festivales de arte en el campito, ella, le preguntó insistente si era cierto que habían arrasado todo.  Era como si una cavadora hubiera arrancado de cuajo la memoria de la niñez y adolescencia de sus muchachos.

Y no les voy a exagerar, queridas muchachas, pero tanto se “desmelenó”* que se puso a recordar aquella película alemana del muro de Berlín, en 1989, “Ningun lugar adonde ir”, y la escritora alemana Giselle Elsner se le apareció y ya se me iba a poner, la pobre profesora, en plan de Medea trágica cuando leyó a Erika Guzmán que avisaba desde Samaná que nada la iba a detener y que pese a las amenazas iba a seguir denunciando a los embaucadores, iba a seguir  haciendo lo que le indicaba su ética de periodista.

Y cuando leyó que Vianco arrancaba en caravana con otro montón de periodistas en solidaridad con Erika, ella recitó aquel famoso “Saravᔠde Vinicio de Moraes que es consolación y bendición al mismo tiempo y se sintió reconfortada.

Como si le dieran una inyección de esperanza y adrenalina la vi de lo más loca y suelta, descalza, con los brazos en alto cantando “Saravᔠy hasta se animó a cocinar feijoada, se inventó, con un ron blanco una imitación de caipirinha y ensayó un “vatapá de mariscos” aunque le faltaba aceite de dendé.

Días después, alguien del pasado la llamó y al día siguiente le enviaron tres tomos de esa obra que ella ayudó a construir.  Y entre el mensaje, la lectura de los libros y las noticias de todos los días la vida se le fue opacando con el reporte de la bebita violada, los pequeñuelos calcinados, la nena apisonada por una yipeta, el hambre y la desnutición de la niñez mientras una de las tantas “Duquesas de la Mermelade”* en vez de atender sus tareas de incumbente de la niñez repartía estufas para el día de la madre.

 La sentí “refunfuñar” y la vi subida a una escalera buscando unos archivos que ella lleva con prolijidad de apasionada.

Hasta que a la noche siguiente soñó con Juan Bosch.

En el sueño, el anciano escritor llevaba de una correa a Judith Holofernes, la perra más joven.

La “pequeña hebrea”, así bautizada por los muchachos estaba herida en una pata trasera y tenía el hocico atado con una cuerda.

El “viejo rey” la llevaba de una soga como una presencia blanca y transparente. Ella, mansa, acompañaba al anciano y desde el sueño, los dos le decían algo.

Símbolo y metáfora, la presencia del “querido viejo” y la mordaza de la perra le dieron “el tempo” para evocar un momento y una ciudad de Santo Domingo idos. Los dos, desde el sueño le decían algo, urgidos con la imaginación de otros tiempos, de otras gentes y otras circunstancias.

Presencias que la apuran a  ordenar  estos textos, que no están escritos, que son promesa,  que vienen de hace mucho tiempo, que, reunidos y desordenados van con el  ritmo de sus humores, y reflejan el caótico pasar de los días en una sociedad y unas gentes, en una ciudad que es tan bien descrita con esa frase de Patricia Mora, la pequeña  insolente, que dice: “Santo Domingo es como  una adolescente rebelde que sobrevive en las calles y vive del aire. Sucia, a veces maloliente, sonríe sin ninguna razón. Duerme a la intemperie, sujeta a violaciones y abusos. Y su vida cuelga del hilo   de un ángel de la guarda, que, a diario, le va perdonando la vida”.

La vieja profesora de historia sabe que si don Juan viviera, esa frase y esa muchacha le hubieran robado el corazón y sin duda se hubiera sentado a   escribir un cuento. 

Es más, tuvo la certeza que don Juan hubiera celebrado y esperado la llegada de ustedes, “estas bárbaras” que son reserva y esperanza de una sociedad herida y vejada.

Después evocó al anciano señor, a días de celebrar su cumpleaños, con las manos en la cintura y adoptando esa pose que doña Carmen adoraba y describía como la de un emperador, soberano y magnífico.

Triste, invocó ese “ángel de la guarda que nos va perdonando la vida todos los días”, la llegada de “más bárbaras”, más periodistas, más escritoras, más poetas, más dramaturgas,  más “cazadoras”  y en homenaje a don Juan  y a ustedes, en la espera  recitó en voz baja ese poema de Victor  Jara que dice:

No me asusta la amenaza,
patrones de la miseria.
La estrella de la esperanza
continuará siendo nuestra.
Vientos del pueblo me llaman, vientos del pueblo me llevan.
Me esparcen el corazón
y me avientan la garganta.
Así cantará el poeta
mientras el alma me suene
por los caminos del pueblo
desde ahora y para siempre.
Con deferencia las abraza
Claudia Testa

Fuentes:

1* “mangos”: en argentino dinero.
2* ‘desmelenarse” frase del filósofo y escritor mejicano Alfonso Reyes que refiere a ser creativo, inventivo, emocionarse.
3* “Duquesa de la Mermelade. Personaje de sátira de Aime Cesaire sobre las costumbres del rey Henri Christophe, en Cabo Haitiano, Haití, hacia 1820 que imitaban la vida de Versalles, en el Castillo de Sans Soucci, mientras el pueblo construía la fortaleza de la Citadelle, en las montañas del Cabo.
4*Aimé Césaire: “La tragedia del rey Christophe” Barral Editores. Barcelona 1972.
5*Periódico El Nacional. Contemplando el paisaje  de Sara Pérez. Santo Domingo, domingo 17 de junio de 2007.
6* Revista Clave. La mirada insolente de Patricia Mora. El sexo de la ciudad. Santo Domingo, jueves 2I de junio 2007.

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