Esperanza del vivir

Esperanza del vivir

SERGIO SARITA VALDEZ
Al dramaturgo y poeta alemán del pasado siglo XX Bertolt Brecht le debemos estos profundamente vigentes y realistas pensamientos: «Esos que pretenden, para reformarnos, vencer nuestro instinto criminal, que nos den primero de comer. De moral hablaremos después.

 Esos que no se olvidan de cuidar nuestra formación, sin que por ello dejen de engordar, escuchen esto: por más que le den vueltas, primero es comer, y después de hartos ¡venga la moral! El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos lo es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales. Cuando el delito se multiplica, nadie quiere verlo»

            A pesar de los extraordinarios avances logrados por las ciencias médicas en las últimas dos décadas, no se ha podido todavía conseguir abolir el amargo fenómeno de la muerte. Sin embargo, cada día son más las personas que en el mundo desarrollado alcanzan una vejez con calidad. La diversidad y la heterogeneidad social, acompañadas de la miseria y la pobreza que cual malvado satélite gravitan alrededor de los países tercermundistas como el nuestro, contribuyen en parte a que permanezcamos muy distanciados del lugar que ocupan las naciones ricas.

            El estrecho nivel educacional de la población dominicana, adjunto a su frágil estado de salud general, dibujan una panorámica futura que luce cual apagado arcoíris de matices deprimentes. La alta tasa de desempleo, paradójicamente acompañada de una escasa disponibilidad de mano de obra calificada y apta para los retos de un universo globalizado, nos mantiene estancados y patinando sobre el pavimento de un aparente callejón sin salida. En cada contienda electoral se ofertan las mismas promesas para al cabo de un período constitucional darnos cuenta de lo poco que se ha avanzado en material de desarrollo material, cultural y espiritual. Solamente un selecto grupo de individuos pueden cantar victoria alrededor de los cientos de miles de muertos enterrados  y los millones de menesterosos, pedigüeños y enfermos que pululan por todo el territorio nacional.

            A ello hay que agregarle el creciente flujo de gente humilde y casi analfabeta que huye de las míseras condiciones de vida del hermano país vecino de Haití.

Aquella gente vive en desesperante estado de salubridad con

una tasa altísima de Sida y de tuberculosis, así como de malaria y otras entidades hasta ayer yuguladas en la parte este de la isla. Los índices de violencia en la colonia de inmigrantes haitianos es preocupante, no solamente por su número aumentado, sino por lo salvaje y cruento de los tipos de crímenes que se registran. Nada más espeluznante que el observar los cuerpos cercenados y mutilados con decenas de machetazos y cuchilladas propinadas a sus víctimas por desalmados individuos poseídos por una insaciable sed de venganza o de odio salvaje.

            Desde el más sencillo ciudadano hasta el más encumbrado empresario criollo está huérfano de un plan de desarrollo nacional a mediano o largo plazo. Vivimos improvisando en el día a día desde que amanece, nos abruma la inmediatez y es poco o nada lo que hacemos pensando en el mañana.

 Todo se trata de un aquí y ahora. Vivimos como si fuéramos a morir en un minuto. Somos expertos anarquistas gladiadores del caos, rechazamos la disciplina y el orden, perpetuamos con nuestras acciones el lema de «Sálvese quien pueda» o el de «Quítate tú para ponerme yo».

            Tenemos que luchar sin descanso hasta retomar el sendero humanista que Cristo, Duarte, Hostos y Juan Bosch nos trazaron. A ello hemos de agregar las enseñanzas de paradigmas universales de la estatura de José Martí,

Mahatma Gandhi, Martin Luther King y toda una pléyade de pensadores amantes de la paz y el progreso colectivo.

Armados con esas herramientas del pensamiento podemos juntos emprender la hermosa tarea de reconstruir la esperanza del vivir, ahora infectada por el virus del engaño y la simulación. Al profesor Juan Bosch le oí repetir en varias ocasiones la siguiente frase: Nunca es más negra la noche que cuando va a amanecer.

Cierro estas ideas esperanzadoras con esta muy conocida cita de Bertolt Brecht: «Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay  quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles».

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