Esperanza forense

Esperanza forense

SERGIO SARITA VALDEZ
No me cansaré de repetir lo expresado en diferentes escenarios acerca de la admiración y el respeto que hacia los poetas siempre he sentido. Son personas especiales dotadas de la facultad de expresar las más sublimes y profundas emociones a través de palabras con las que construyen hermosos versos capaces de provocar un goce estético de inconmensurables dimensiones. Hay, sin embargo, ocasiones en que uno que otro verso nos resulta chocante y filosóficamente hasta desconsolador; tal es el caso de aquel brotado de la pluma de don Miguel de Cervantes Saavedra en su inmortal Don Quijote de la Mancha: «¡Oh vanas esperanzas de la gente; / cómo pasáis con prometer descanso, / y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!».

Cervantes se reivindica positivamente en el mismo libro ante quien escribe cuando suelta esta genialidad versificada en forma de soneto: «Busco en la muerte la vida, / salud en la enfermedad, / en la prisión libertad, / en lo cerrado salida/ y en el traidor lealtad./ Pero mi suerte, de quien / jamás espero algún bien, / con el cielo ha estatuido / que, pues lo imposible pido, / lo posible aun no me den».

Nadie debe conducirse a equívocos pensando que por lo arriba expresado nos disguste  la prosa. ¡Dios nos libre de semejante herejía!  Jerome Groopman en su obra Anatomía de la esperanza  narra con exactitud matemática, certeza filosófica y elegancia literaria, un cántico al aliciente futuro que vale la pena reproducir: «La esperanza solamente puede florecer cuando uno cree que su accionar hace la diferencia, que con nuestros actos podemos lograr un porvenir diferente y mejor que el presente. Albergar esperanzas implica que se tiene la creencia y la fe en nuestras habilidades para ejercer cierto control sobre las circunstancias”.

Todas estas fragmentadas reflexiones nos proveen con una vitamina espiritual que fortalece la llama mística de la lucha por un mejor destino médico forense dominicano. Si bien es cierto que con el trabajo de Patología Forense no conseguimos revivir al fallecido, tampoco deja de ser menos real lo que enuncian Bass y Jefferson en Death’s Acre: «No podemos devolver con vida un cadáver a su familia. No es posible restaurar en lo inmediato la felicidad a plenitud en los familiares de la víctima. Lo que sí podemos es ofrecerles la verdad. Con esta última manejaran el luto y combatirán la estela de  penas que deja el muerto y al final los dolientes lograrán insertarse otra vez sobre los rieles del optimista tren del vivir. La verdad es un regalo humilde y sagrado que ofrece el investigador científico».

Sé de la incertidumbre y de los pesares que inundan y ensombrecen el pensamiento de una madre, un padre, un hijo, un hermano, un amigo, o simplemente a cualquier ser humano cuando alguien muere, lo matan o se mata. Entiendo la zozobra, la inquietud y la inseguridad que provocan las muertes violentas sorpresivas y frecuentes en nuestro medio. El entorno social convulsiona, la gente se asusta, la angustia crece logarítmicamente, al tiempo que suena una enloquecedora alarma por doquier. Nadie está tranquilo, el sorteo macabro ubica el fatal número premiado y lo deposita en el hogar que menos lo espera.

El perito forense establece fuera de toda duda  médica razonable la fecha en que terminó la vida del ahora difunto, su identidad, causa de muerte y la manera jurídica del deceso. Además correlaciona las circunstancias en que ocurrieron los luctuosos hechos. Aspiramos a que en la República Dominicana no exista en el futuro una sola tumba donde se guarden herméticamente cerradas,  como gran secreto de Estado, las respuestas del fenecido a las preguntas de sus deudos acerca de cuándo, cómo y por qué se puso fin a su vida.

Ello no será una realidad hasta tanto las principales fuerzas sociales nacionales y muy en particular el Poder Judicial  hagan conciencia de la importancia de la medicina forense en el esclarecimiento de todas las defunciones violentas o sospechosas de serlo.

Mientras el hacha va y viene nosotros seguimos batallando, artillados con la fuerza que nos dan la fe y la esperanza de llegar a un horizonte forense mucho más halagüeño que el de hoy, ya que sigue siendo dolorosamente cierto que en la actualidad todavía los muertos no cuentan con una moderna edificación que permita se les realicen los experticios con decoro y dignidad.

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