¡¿Esperanza?! Sí, esperanza es lo que nos queda

¡¿Esperanza?! Sí, esperanza es lo que nos queda

Las tres virtudes fundamentales o teologales son: fe, esperanza y amor. Para los cristianos, el amor es la mayor de las virtudes. Pero en este momento queremos enfatizar la esperanza, pues esta virtud es una experiencia universal humana. No es una experiencia de la exclusividad de los filósofos de la antigua Grecia o de los autores y escribas del Antiguo y Nuevo Testamentos.

La esperanza como experiencia individual o colectiva es una aptitud mental, una forma de percibir la vida con la expectativa de alcanzar una meta y de lograr un anhelo en el futuro. Por otra parte, es una condición de confiabilidad que se mantiene a pesar de dificultades, de vaivenes de la vida y de decepciones. Es como el naufrago ve la orilla de la playa aunque está lejana y el mar agitado. Es como el agricultor que siembra y confía en una buena cosecha. Es como el acreedor que presta su dinero y se mantiene vigilante y animado de la posibilidad del retorno.

Tener esperanza es acariciar la condición que anima al deportista en su afán por obtener reconocimientos o trofeos. Es lo que mueve al creyente cristiano a poner su fe en Dios y vivir conforme a los principios del Santo Evangelio con miras a alcanzar la gloria celestial y la vida eterna. Es la dinámica que incita el corazón y la mente del pueblo que lucha con ahínco por su libertad y desarrollo pleno.

La esperanza es la firmeza espiritual de una visión positiva y alcanzable. Es cómo el estado de ánimo del peregrino que anda por tierras extrañas y caminos tortuosos, con miras a llegar al santuario, a fin de satisfacer su vehemente deseo de adorar o cumplir una promesa.

La fe le da seguridad a la esperanza y el amor da lo esencial para su sostenimiento. La esperanza como la fe y el amor, es una condición existencial del individuo o del pueblo que sirve para discernir, medir, reafirmar y plasmar la dinámica de la determinación de perseverar y alcanzar los deseos.

Hay que mantener viva la esperanza porque es lo que nos queda. Es la luz al final del túnel. Es el permanente fuego que da calor a la energía espiritual.

Se oye hablar y en efecto vemos a diario el enfriamiento y la muerte del amor en sus distintas manifestaciones. Conocemos personas que son de poca o ninguna fe; pero la esperanza no puede desinflarse, no puede desaparecer, no se puede perder, no puede permanecer con dudas o ser pesimista. La esperanza está obligada a mantenerse como el agua que mana de una fuente inagotable y como llama que no se apaga.

En el libro de Jeremías tenemos unas palabras que son figuras de esperanza que debemos mantener en estos momentos de incertidumbre, de dificultades sociales, políticas, económicas, familiares y morales. El profeta habló de parte de Dios, diciendo: “Yo les daré consuelo: Convertiré su llanto en alegría, y les daré una alegría mayor que su dolor”. (Jeremías 31:13).

La esperanza individual y de la colectividad del pueblo, debe fundamentarse en: saber sobrellevar, tener paciencia, ser perseverante, tener visión clara del porvenir, confiar sin desaliento, ser positivo, ser optimista de pensamiento, mantener la expectativa de mejoramiento y siempre anhelando lo mejor sin desmayar.

La esperanza es lo que nos queda. Esperanza de paz, de la facilidad para obtener el pan de cada día, la educación y buena formación para los hijos, de labores y actividades lícitas para generar recursos para vivir con holgura.

Es necesario mantener viva la esperanza de ver las facilidades para curar las heridas del alma, las enfermedades del cuerpo, las perturbaciones mentales, las congojas y las conmociones emocionales. Hay que confiar y mantener la esperanza de oír menos de politiquería y más de noticias que alegran los corazones para sostener la fe y fortalecer el amor.

Esperamos un nuevo amanecer en nuestro país y en todo el mundo. Deseamos tranquilidad mental y fortaleza espiritual. Queremos ver el cese de la violencia que azota a las familias, los pueblos y las naciones. Exigimos el respeto a la dignidad de toda persona. Queremos menos intrigas y conflictos sociales. Auguramos un desarrollo sostenido y nos mantenemos confiados, diciendo el himno de la poetiza Esther Cámac: “Dios, es Dios de la vida, porque Él está con nosotros creando esperanza y también libertad.”

Al decir ¡¿esperanza!? Sea por exclamación o interrogación, la respuesta debe ser: Si, esperanza es lo que nos queda, porque necesitamos la consolación de ver el llanto convertido en alegría, una alegría que sea mayor que el dolor que padecemos ahora.

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