Espigas de la estación del odio

Espigas de la estación del odio

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Tal vez los poetas tengan mayor tendencia a la desesperanza que «otros grupos sociales». Una vez escrita esta última frase me avergüenzo de ella.  ¿Son, acaso, los poetas un grupo social?  Quizá sea mejor, en conexión con los poetas, hablar de temperamento, de índole o de «formato psíquico».  Los talentos para la ciencia, los negocios,la poesía, la política, es probable que arranquen de eso que llamo «formato psíquico»; una estructura absolutamente individual.

Pero eso no elimina la posibilidad de considerar a los poetas como un conjunto; podemos decir, por ejemplo: los poetas del Renacimiento, los poetas chilenos, los poetas surgidos durante la guerra civil española.  Son conjuntos abstractos, parecidos a los de los matemáticos, porque los poetas nunca son muchos en cada época, no llegan a formar un montón.  Ahora bien, la cuestión central es que por lo general son tristones, dados a la melancolía y a la autoflagelación.  Neruda, ese gran poeta que amaba la vida y coleccionaba toda clase de artículos curiosos, no era risueño.   Él escribió:  «Te desdeñe, alegría, / fui mal aconsejado;/ los antiguos poetas/ me prestaron anteojos/ y junto a cada cosa/ un nimbo obscuro puse./ No fui justo,/ equivoque mis pasos,/ y hoy te llamo,/ alegría».

Un poeta dominicano, Enrique Henríquez, confesaba abiertamente: «sin el licor de mi dolor/ de asfixia espiritual sucumbiría».  Descontando estas manías de los poetas, que mas bien son secuelas de la hipersensibilidad, no podemos negar su capacidad para entrever el futuro del hombre o los trastornos de las sociedades.

No hay un solo problema de la especie humana que no haya sido explorado por algún poeta, en alguna época de la historia.  Han sido anticipadores de las concepciones rigurosas de sociólogos, historiadores y científicos.  El poeta es un pequeño profeta desdeñado, desoído o «venido a menos».   Ha perdido el puesto señero que tuvo en la antigüedad.   Algunas veces los poetas son conscientes de ese papel que les da el destino.  Franklin Mieses Burgos escribió en una ocasión:  «Ahora, como siempre, en medio de mi isla,/profético, soltando/ sobre un ciclo sonámbulo mis pájaros mejores,/»

Los jóvenes poetas han empezado a calificar la sociedad dominicana actual: no disponemos de energía eléctrica, ni de transporte colectivo eficiente, ni de policía confiable; no tenemos justicia, ni seguridad social, ni instituciones de derecho publico.  Contra este deplorable estancamiento histórico reacciona Alex Ferreras, joven autor de Los lamentos de Lázaro, quien declara en un poema: «¿Por qué, Dios mío,/ me arrojaste/ sin defensa alguna/ a ese abismo tan frío/ si ni siquiera derecho a elegir,/ me diste?/»   Ferreras, ex – becario Fullbright – Laspau, alcanzo una maestría en literatura comparada por la Universidad de Massachussetts; escribe a uno de sus profesores:  «lo que los verdugos del poder están haciendo con el pueblo no esta escrito en la historia dominicana.  No se ha conocido crisis igual en las ultimas  décadas». (…)  «Todo lo hacen  apuntando a lucrarse, al parecer sin que vayan a quedar rastros de sus fechorías.   Mas:  El descalabro moral total, de arriba abajo».

Son muchos los artistas que echan las culpas de todos los males sobre los políticos, los militares, los hombres de empresa.  El novelista portugués José Saramago, Premio Nóbel de literatura, es el autor de una novela titulada Ensayo sobre la lucidez.   Los editores de esta novela no tienen empacho  en afirmar en la cubierta del libro: «las cloacas del poder se ponen en marcha:  los culpables tienen que ser eliminados.  Y si no se hallan, se inventan».   Todo ello porque «el derecho al voto» llega a ser un «gesto revolucionario, capaz de socavar los cimientos de una democracia degenerada (…)»

Podríamos de este modo revivir los tiempos de la Ilustración, época que incubó la Revolución Francesa.  Después de la Segunda Guerra Mundial la vieja izquierda marxista señalo también culpables de la desesperación social: las clases privilegiadas; la burguesía, los terratenientes, los capitalistas.  «Antiguos poetas», como Mieses Burgos, profetizaban grandes dificultades: Lo mismo que una espiga de la estación del odio./ Cuando llegue la hora vengadora y terrible/ de los puños largos./ La hora que esta escrita con sangre sobre el muro/ de las humillaciones./ La hora inevitable.  La que viene creciendo/ desde el rencor del hombre./

No hay ninguna duda de que «las cosas andan mal».  Las personas que actúan «correctamente» tienen miedo de ser aplastadas por malsines y truhanes en «buenos tratos» con la policía.  Está vigente el «entusiasmo por lo inferior».  Los poetas son los primeros en dar la alarma ante los abusos, injusticias, atropellos.  Los «grupos sociales» constituidos por  «no – poetas» son los últimos en advertir a su alrededor signos de descomposición social.  Los llamados «hombres de acción», que dicen ser «realistas», que se precian de «tener los pies en la tierra», deberían conjurar tan penosa situación.  Los poetas, se ha dicho siempre, tienen «la cabeza en las nubes».  Nos parece sensato, sin embargo, escuchar esta vez a los poetas, para evitar que fructifiquen las maléficas «espigas de la estación del odio».

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