Sabemos desde siempre, de tanto escuchar la conocida sentencia, que en el amor y en la guerra se vale todo, como sabemos también, por experiencia propia, que la misma sentencia se aplica a la política dominicana de estos tiempos, donde todas las armas son válidas si sirven al objetivo de alcanzar el poder o sacar de competencia al adversario, aunque se trate de gente de su propio partido. La utilización de un narcotraficante convicto como Quirino Ernesto Paulino Castillo, y la supuesta deuda millonaria que le reclamó al expresidente Leonel Fernández, nos convenció de que se habían cruzado todos los límites, y que de ahí en adelante podíamos esperar lo peor del sordo conflicto que, por todo lo que hemos visto y oído en los últimos días, solo podía tener el desenlace que tuvo y del que todavía estamos siendo testigos. Desde entonces es consciente el expresidente Fernández, así como el resto del país, de “para qué dan” los enemigos que tiene en el partido al cual acaba de renunciar, algunos verdaderos maestros en el arte de tirar la piedra y esconder la mano sin que se altere un ápice su sonriente carita de “yonofuí”. En un paisaje así nadie debe sorprenderse de que el espionaje telefónico, como en las dictaduras, se utilice para mantener vigilados a los desafectos; o, como en el caso del diputado leonelista Rubén Maldonado, utilizando su conversación con otro legislador, en la que poseído por la ira dice estar dispuesto a quemar la Cámara de Diputados si cancelan a “su gente”, para desacreditar su causa y la del expresidente Fernández en medio de la crisis que ha dividido al PLD. Hayan o no conseguido su propósito, y sin importar que los organismos de seguridad del Estado decidan o no tomarse en serio las incendiarias expresiones del diputado leonelista, es una acción que debe repudiarse, al igual que a los que de manera ilegal grabaron esa conversación y quienes le hicieron el coro divulgándola.