Espiral de violencia en Medio Oriente

Espiral de violencia en Medio Oriente

FABIO RAFAEL FIALLO
En teoría de conflictos se estudia un caso hipotético conocido con el nombre de “dilema del prisionero”. El mismo presenta a dos prisioneros sobre quienes pesan sospechas de haber cometido un crimen o delito sin que existan pruebas indiscutibles de su culpabilidad. A fin de inducirles a confesar su acto, se les propone una pena reducida al primero que lo admita. A ambos les conviene callar, pues, por falta de pruebas, escaparían de esa forma a una condena. Pero al mismo tiempo, cada uno teme verse traicionado por el otro, lo que le mueve a adelantarse a su cómplice y reconocer los hechos, para de esa forma ser él y no el otro quien reciba un castigo menor.

El susodicho dilema se aplica a múltiples situaciones en las que termina por imponerse la solución menos ventajosa para las partes involucradas en un conflicto determinado.

El Medio Oriente se encuentra en ese tipo de situación.

Ahí no se trata de dos prisioneros ni de una eventual sanción judicial, sino nada más y nada menos que de la eventualidad de una conflagración bélica de magnitudes catastróficas. Me explico.

Cuando Israel gana guerras contra alguno de sus vecinos, o rehúsa retirarse de las zonas que ocupa desde 1967, la humillación sentida por los perdedores incita a acciones cada vez más brutales en contra del Estado hebreo. Pero la espiral de la violencia también se pone en acción cuando Israel acepta hacer concesiones o da la impresión de tener que ceder, como por ejemplo cuando se retiró del Líbano en el año 2000, o actualmente, cuando no logra impedir el lanzamiento de katiushas del Hezbolá sobre Israel: el aura de la eficacia militar de este país queda mermada, lo que incita a sus enemigos más radicales a perseguir sus objetivos a través de la opción bélica.

La misma dinámica entra en juego del lado de los israelíes. Cuando su país obtiene victorias en el plano militar (como fueron las guerras de 1967 o 1973), dichas victorias incitan a seguir confiando en la vía de las armas. Pero se privilegia también esa misma vía cuando no se logra una victoria sin ambages, como fue el caso con la ocupación del Líbano antes aludida: el Estado hebreo se siente tentado a recurrir a reacciones militares aun más duras la próxima vez, hasta el punto de perpetrar lo indefendible, lo intolerable, como es el actual bombardeo del Líbano, cuyas víctimas se cifran en centenares de civiles inocentes.

Por otra parte, en el conflicto que tiene actualmente lugar en el Líbano, Israel intenta alejar de sus fronteras la capacidad de ataque del Hezbolá y aspira a la creación de una zona tapón, de veinte kilómetros, que estaría bajo control de una fuerza internacional de interposición. Ahora bien, supongamos que acabe por establecerse la zona en cuestión. ¿Cuán eficaz será la misma, cuando desde ya el Hezbolá ha logrado lanzar misiles contra ciudades israelíes que se encuentran a cincuenta kilómetros de la frontera del Líbano, es decir, mucho más allá del área que ocuparía la hipotética fuerza de interposición? No, sin una paz negociada, la solución militar, zona tapón u otra, no conduce sino a callejones sin salida y a nuevas escaladas.

Pero eso no es todo. El desarrollo de armas de destrucción masiva cada vez más devastadoras y la proliferación del arma nuclear hacen del Medio Oriente un polvorín en el que cualquiera de los Estados beligerantes podría optar por actuar a modo preventivo, es decir, antes de que lo haga su rival. ¿Quién puede afirmar que los Estados enemigos de Israel, ya sea directamente, ya sea utilizando fuerzas paramilitares, no intentarán recurrir a armas de destrucción masiva contra el Estado hebreo? No olvidemos que “borrar Israel del mapa” fue un llamamiento reciente del presidente de Irán. Y ante esa eventualidad, ¿es que Israel no se verá algún día inclinado a utilizar métodos igualmente devastadores antes que zozobrar en una nueva versión del Holocausto?

Añádase a todo esto el elemento desestabilizador que introduce en la región la actual política de Estados Unidos. El fiasco de su aventurada invasión de Irak, su proyecto de “democratización” de la región por medio de la fuerza, su doble lenguaje con las dictaduras petroleras, y no menos importante, la ausencia de una política alternativa coherente en el seno de la oposición demócrata, hacen que no falte ningún ingrediente, ni interno ni externo, para que, tarde o temprano, la dinámica del caos conduzca al Medio Oriente, y con él al mundo entero, a una conflagración bélica de magnitudes insospechadas.

Es esa dinámica del caos la que impide la creación de un Estado palestino y pone en juego la existencia del Estado de Israel.

Por ello, así como en el dilema del prisionero les conviene a los dos reos guardar silencio, de esa misma manera, les convendría a las partes involucradas en el conflicto del Medio Oriente luchar realmente en favor de la paz a través de la negociación multilateral. Pero también a semejanza del dilema del prisionero, existen por desgracia razones para temer que acabe por triunfar, si es que no ha triunfado ya, una espiral de la escalada que iría en desmedro de todos y cada uno de los pueblos de aquella región.

Existe un inquietante contraste con lo que ocurrió durante la Guerra Fría. En aquel período, imperó lo que se llamó el “equilibrio del terror”: los dos grandes bloques hegemónicos poseían la bomba atómica; pero cada uno se abstenía de utilizarla por miedo a que el otro tuviese tiempo de replicar y aniquilarlo. Estuvo de esa forma en vigor, en los hechos, un mecanismo endógeno, es decir, inherente al sistema, que empujaba a cada superpotencia a jugar la carta de la moderación, conformándose con librar batalla contra la otra a través de aliados o peones más bien que en un combate frontal suicida. En el Medio Oriente, por el contrario, como he tratado de explicar, el mecanismo endógeno en vigor empuja a cada parte beligerante a seguir la vía de la escalada y la confrontación.

Incluso el recuerdo del “equilibrio del terror” de la Guerra Fría milita a favor de la espiral de la violencia en el Medio Oriente de hoy: el hecho de que en aquella época no hubo conflicto nuclear induce a pensar que una guerra de esa naturaleza también podrá evitarse en el último minuto, in extremis, en el contexto geopolítico actual, lo que mueve a desatender o postergar la búsqueda de una solución negociada en la región.

En un “Breviario del caos” cuya lectura recomiendo como gimnasia en contra del entumecimiento intelectual que producen las falsas ilusiones, el escritor rumano de origen judío Albert Caraco (1919-1971) dejó sentado su pesimismo radical: “Preferimos inmolarnos antes que repensar el mundo, y no lo repensaremos sino en medio de las ruinas”. Es de temer que el siglo XXI no logrará repensar el Medio Oriente sino en medio de las ruinas de una conflagración de proporciones gigantescas que políticamente se puede, y éticamente se debe, evitar en aras de la paz mundial y el bien de los pueblos de aquella martirizada región.

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