Espíritu de servicio

Espíritu de servicio

Jesús busca toalla y lebrillo con agua para lavar los pies a quienes le han acompañado en sus tres años de predicación. Pudo pedir que le trajesen lo uno y lo otro. Prefirió, en cambio, como dice san Juan, ponerse de pie, ceñir la toalla al cinto, buscar el agua para echarla al recipiente con que cumpliría su enseñanza, y comenzar a llamarlos.

Unicamente Pedro intenta resistir este gesto de humildad, pero el Señor le indica que su camino futuro se supedita a este ceremonial en donde la modestia esconde lo trascendente.

Y el santo accede. No, no solamente los pies, sino que, si lo quieres, también las manos. Pero Jesús habló de los pies. Esos pies son eje de tradiciones en que la aceptación y el rechazo, las cortesías y la intolerancia, encuentran su más definida expresión. Cuando ha enviado a sus discípulos a cumplir un encargo, les ha dicho antes: si no los reciben, sacúdanse los pies al salir. Son los pies que de tanto polvo se cubrieron en los caminos de Galilea, Judea o Samaria, los que lavará Jesús esta noche.

Lo hace, conforme el evangelista, en un instante de recogimiento y devoción, pues ha concluido la cena de la víspera de la Pascua bajo un rito desconocido para sus amigos. No ha sacrificado al cordero exigido por la fiesta judia, sino que ha tomado pan ácimo y vino para alabar al Creador y darle gracias por sus bondades. Pero al ofrecer el pan y dar gracias, ha dicho que el mismo es su cuerpo que será sacrificado por los pecados humanos. Y al ofrecer el vino ha dicho que es su sangre, que será vertida por la salvación del género humano.

A lo largo de sus relaciones con Jesús, estos discípulos han vivido maravillándose día a día con su amigo y Señor. Lo han visto sanar a tullidos y leprosos, devolver la vista a muchos ciegos, caminar por encima de las aguas y levantar muertos del sepulcro. De modo que nada de particular debió tener esta cena de la víspera de Pascua. Pero la fascinación no dejó de prendarlos nunca, y al establecimiento de la fórmula eucarística suma Jesús el llamado para lavarles los pies.

Jesús fue amoldándolos. Cuando sus labios pronunciaban una parábola, la explicaba. Debían tener clara conciencia de su propósito. En definitiva, a ellos lanzaría por el mundo a difundir la buena nueva. Pero no quiere individuos arrogantes capaces de discriminar sin tino sobre los llamados al redil de las ovejas. De ahí que se ponga de pie, se quite el manto, se envuelva la toalla y comience el lavatorio.

¿Para qué venimos al mundo? Para servir. Los padres y los hijos están llamados a hacerlo por mutuo amor. Los individuos y las sociedades por mutua conveniencia. Pero no siempre logramos unos y otros entender este vínculo sin el cual la especie humana rompe eslabones de su crecimiento espiritual y las sociedades crían egoístas que se apropian del trabajo ajeno.

Para que esto último no sea sino excepción es que los lava. No es tanto que tengan los pies más sucios que en otras ocasiones. Son los pies que han marcado el tono de la entrega de un mensaje, ante los que Jesús se rinde.

«Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decis bien, porque lo soy, pues si yo, el Señor y el Maestro he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».

«De cierto, de cierto os digo: el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo ha enviado. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis».

Tan sencillo es el mensaje, que se resume en la idea del servicio. «Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis».

El problema sin embargo, es que la civilización, el poder o la fama nos hace más grandes que a Jesús. ¿Cómo rebajarnos a servir con gratuidad y sencillez a quien toca nuestras puertas? ¿Cómo deslucir nuestro brillo social, nuestra rimbombancia económica o nuestra grandeza política, entregándonos al servicio de los insignificantes? Pero ¡qué mundo, sin duda, habríamos erigido, si hubiésemos sido capaces de calcar ese gesto que nos pinta san Juan el evangelista!

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