Espíritu precolombino

Espíritu precolombino

En un lugar de las Antillas, cuyo nombre recuerdo perfectamente, pues se trata de la ciudad más vieja de América, vivía un burócrata muy preocupado por el “cambio climático”, por los “objetivos del milenio”, el “desarrollo sostenible”, la “ética global”. Esta ciudad -la más vieja- es también la más loca. Desde que fue edificada, en el siglo XVI, en sus cloacas viven y circulan los ratones grises más atrevidos del archipiélago. Eso dice un poeta desmelenado que trabaja en el despacho de papeles, en compañía del burócrata preocupado. Al poeta le toca archivar los papeles relativos al “tráfico ilícito de bienes culturales”, un tema central de “la agenda de la UNESCO”.
El burócrata lleva muchos años observando el comportamiento de los ratones grises de las alcantarillas. Sabe que siempre sacan las cabezas del subsuelo para comer todo lo que hay en la superficie. Esos ratones, a pesar de su “antigüedad en el servicio”, no tienen interés en el tráfico ilícito de “bienes culturales”. Prefieren los bienes, muebles e inmuebles, sin “connotación cultural”. El “tráfico” de los ratones es casi siempre ilícito, pero no cultural. El poeta cree que las ratas de la ciudad antigua conservan un “espíritu precolombino”. Quiere sugerir que son animales urbanos salvajes. El burócrata, además de burócrata “propiamente dicho”, es político “en las horas pico”, o sea, durante los cambios de gobierno.
Un día, el poeta levantó los ojos de su escritorio; el burócrata le había dejado un documento, procedente de Cuba, sobre la falsificación de una escultura egipcia; era la cabeza de Nefertiti, esposa de un faraón que vivió 1,300 años antes de Cristo. Había que advertir a los museos y coleccionistas de objetos de arte antiguo, para evitar “tráficos ilícitos”. Al retirar la cara de los papeles, el poeta miró por la ventana el agua verdi-azul del Mar Caribe.
Notó enseguida la suciedad del río Ozama, que descarga su lodo contaminado entre las olas del antepuerto. Advirtió después que la mancha sucia sólo cubría una pequeñísima porción del mar; un poco más allá, todo era brillante y azul. Tres barcos esperaban turno para atracar en el muelle de la ciudad vieja. Como los pintores impresionistas, descubrió que la belleza estaba “fuera del estudio”.

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