Esplendorosa exposición de Arnaldo Roche-Rabell

<P>Esplendorosa exposición de Arnaldo Roche-Rabell</P>

MARIANNE DE TOLENTINO
La magnífica exposición de obras recientes de Arnaldo Roche-Rabell en el Museo de Arte Moderno cumple espontáneamente varios objetivos. El primero es revelar a los dominicanos la pintura de un artista de Puerto Rico, considerado como uno de los muy importantes creadores del continente, a quien no pocos conocedores valoran entre los cinco más grandes artistas de América Latina, y que por primera vez expone en Santo Domingo. Luego, la misma muestra da a conocer la última producción de Arnaldo Roche-Rabell y un período cimero en su trayectoria pictórica.

Además, en términos generales, no deja de ser una lección viva para tantos iconoclastas que quieren declarar la muerte de la pintura en el arte contemporáneo. La diferencia entre Roche-Rabell y muchos de los artistas contemporáneos es que él construye su obra como un mundo propio y define sus símbolos, pero al mismo tiempo, él integra signos heredados y prácticas tradicionales, mientras para tantos lo singular y arbitrario se confunde con la soberanía creadora.

Arnaldo Roche-Rabell a la vez transforma y preserva la especificidad pictórica. Mediante la transmutación estética de una obra profunda y sus valores tangibles, él renueva la esperanza en el ser humano, cuando, superando el sufrimiento, proclama su fe y su amor por la vida. La pintura abre al espectadot un mundo secreto, la imagen se convierte en una confidencia que conmueve, que fascina y que se comprende…

Los cuadros se alojan en los espacios del Museo a nivel de la calle, de una manera perfecta. Los diez espléndidos óleos sobre tela se contemplan sucesivamente en un recorrido circular que  reafirma y prolonga una mirada, constantemente sorprendida por la expresividad, los medios y el oficio. Todos los lienzos –con excepción de uno– son de tamaño grande o monumental. La sala cerrada, la más intima en la institución museal, alberga los dibujos, un «período azul’ de Arnaldo Roche-Rabell, que lleva la línea y una maestría renacentista al lenguaje del color. La cantidad de trabajos y su colocación –lograda con sencillez y claridad– parecen haberse premeditado para la máxima fruición del espectador y el realce de las energías creadoras.

Fraternidad y transcendencia

Arnaldo Roche-Rabell quería expresar el encuentro entre personajes que le recuerdan cuán importante es ser vivo, y cómo Vincent Van Gogh ha sido un medio perfecto para ese propósito. Él lo dijo y lo hizo realmente. La fraternidad en la pintura –Roche-Rabell siente y trata al pintor holandés como un hermano– se funde con la fraternidad en la vida. Sumergido en su historia personal y para vencer positivamente a las obsesiones de la memoria, él llegó a establecer un vínculo mítico con el artista que más simboliza el dolor, la incomprensión y la genialidad.

De esa asociación, de esa simbiosis –que es mucho más que una apropiación– nace una obra contundente, exorcizando décadas de cuestionamientos y de penas. Ahora bien, cabe señalar que la referencia a Van Gogh se sostiene solamente porque encontramos en Arnaldo Roche-Rabell a un pintor de un nivel plástico y teórico excepcional. Escucharlo –se ha tenido esa dicha durante su breve estadía– transmite su dimensión estética, con un increíble poder de comunicación. Pudimos comprobar la emoción que suscitó en un público absorto de estudiantes y jóvenes.

Lo vivido por él y por Van Gogh, en épocas, latitudes y circunstancias totalmente distintas, se vuelve más que parentesco, una identificación enriquecedora. Culmina en la sublimación y la perennización a través del arte, y es una de las razones que motiva la coincidencia con el infortunado residente de Saint-Rémy, más allá de la admiración por el genio. Arnaldo Roche-Rabell es un artista conceptuoso y consciente, visionario y vidente. Con mucho acierto, el crítico de arte Ricardo Pau-Llosa ha escrito: «El acercamiento de Roche-Rabell a Van Gogh desafía la práctica simplista de la apropiación. Los temas, las imágenes y los escenarios de Van Gogh son evocados con el fin de recargarlos con vida dramática a través del estilo ardiente y original del propio Roche-Rabell».

Con una obra tan apasionante en el aspecto representativo –y en el limitado espacio de un artículo– solemos dejar en un segundo plano la materia o «epidermis» de los cuadros, aquí un elemento fundamental del oficio.  Debemos subrayar la fuerza de la materia pictórica, rica, espesa, compleja, en la que se mezclan no sólo los pigmentos en tonos inhabituales sino la autoridad del toque –la «touche”– y la pincelada. Ahora bien, el artista ataca, en artesano, esas capas generosas, raspando, atacando y cicatrizando la superficie, consiguiendo una verdadera corteza cromática flexible, de matices infinitos. Abundancia, virtuosidad, iluminación se suman. Una suerte de neo-impresionismo ardiente… que el propio Van Gogh Sin embargo, y justamente porque maneja magistralmente la práctica clásica, él ha introducido triunfalmente recursos no tradicionales, apelando esta vez a la apropiación de elementos reales. Ya no se trata de metáfora sino de intervención de follajes, de objetos –silla, lámpara–, de cuerpos –ver el impactante «Después del Tsunami»–. En una operación delicada, él los coloca debajo del papel o de la tela, saturada o no de pigmanto, y delinea sus contornos. 

En el caso de las dos inmensas obras en azul, Arnaldo Roche-Rabell se aproxima a un nuevo Génesis, él (re)crea una alegoría de la humanidad, contorsionada pero armoniosa, difunta pero llamada a la resurrección. Evocamos a Yves Klein por el color, sin embargo el pintor francés usaba a los cuerpos solamente como brochas, mientras el artista caribeño los cubre –gesto de protección– y los diseña, según sus formas y relieves. Pega, despega, embadurna… La pasión instrumenta el proceso… pero el trance puede resultar armonía suprema por la sabiduría subyacente. Dice Arnaldo Roche-Rabell que debía «cuidarse de la mano», demasiado hábil y veloz: no obstante gracias a esa mano y a una inventiva excepcional, él obtiene una factura gloriosa, óptimamente integrada a los medios tradicionales.

SOBRE LA MUESTRA

Todos los lienzos forman parte de la serie de Van Gogh, elaborada sobre todo entre 2001 y 2004, después de que un tronco poderoso pintado por el mentor holandés le haya producido un impacto visceral y espiritual, vuelto elemento de vida. La ruta de «Hermanos: Vincent, el Puente entre mi Hermano  y Yo»: estaba trazada. Y cualquiera de los diez cuadros, colgados en el Museo de Arte Moderno, demuestra la asimilación y el enriquecimiento del modelo –sobre todo cuando el punto de partida fue un dibujo–.

Los tres paneles yuxtapuestos, que conforman «Dentro de esos Templos se escribe la Historia, sólo mentimos cuando pintamos» se sitúa en el clímax de la metamorfosis de un genio europeo por otro genio caribeño –según lo califica la historiadora francesa del arte Michèle Dalmace–. La iluminación reina, el tríptico, inspirado por los tres dibujos del asilo de Saint-Rémy, adquiere una dimensión de retablo. Si no faltan quienes por la apropiación desacralizaron la fuente pictórica –el ejemplo más conocido es el de la Gioconda– Arnaldo Roche-Rabell, sin proponérselo, alcanza el nivel de una pintura sacra. No está ajena a ese fenómeno transcendental la fe vibrante que el artista tiene en Dios.

Esperamos que nadie se pierda una exposición maravillosa, que va a permanecer hasta el mes de febrero en el Museo de Arte Moderno. Muy pocas veces, se ofrece en Santo Domingo la oportunidad de disfrutar una obra de esta magnitud.

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