¿Esquizofrenia política o coherencia moral?

¿Esquizofrenia política o coherencia moral?

FABIO RAFAEL FIALLO
Imaginemos, caro lector, tomar parte activa contra la ocupación militar norteamericana de 1916-1924. Ser miembro fundador de la Unión Nacional Dominicana, que exigía la devolución “pura y simple”, es decir, sin cortapisas, de nuestra soberanía nacional. Imaginemos luego hacer frente un día tras otro, durante treinta y un años, a la dictadura más cruel del continente, vivir por ello amenazado, espiado y perseguido en permanencia.

Imaginemos al mismo tiempo poder cambiar cuando queramos nuestra suerte, pues el tirano nos ofrece el cargo que deseemos, el de ministro por lo menos, y por qué no el de vicepresidente o presidente, con tal de que aceptemos inscribirnos en el partido en el poder, inscripción, recordemos, obligatoria en ese entonces.

Imaginemos responder con un temerario no a todas las ofertas. Un no que hará perder el derecho a salir del país, a enseñar la filosofía en la universidad, a ejercer la medicina, que llevará repetidas veces a calabozos inmundos y, por supuesto, a frecuentar el espectro de la muerte. Un no que obligará a vivir exiliado en nuestra propia tierra, al margen de nuestros conciudadanos, quienes afortunadamente nos hacen conocer, a través de una sonrisa de solidaridad cuando nos cruzan en la calle, la simpatía muda que sienten por nosotros.

Pongámonos, dicho de otro modo, en el lugar de mi abuelo Viriato Fiallo. Pensemos en el tipo de criterios, de principios, que pudo inspirar una conducta de esa índole. Y tratemos luego de imaginar, caro lector, las motivaciones que indujeron a alguien de esa enjundia a acudir al Palacio Nacional, junto con otros dirigentes políticos, a raíz de la quiebra de nuestro orden constitucional que representó el funesto golpe de Estado de 1963.

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la posición que él adoptó en ese momento trascendental de nuestra historia.

Ninguna circunstancia, ninguna motivación, se ha argüido, podría brindar a su comportamiento un asomo de justificación.

Avidez de poder, intereses de clase, error político y traición a los principios forman parte de las razones que algunos han insistido en darle a su actitud.

Comencemos por la avidez de poder, pues es ésa la explicación que ofrecen al unísono sus más insignes detractores, a saber, el Profesor Bosch y el Doctor Balaguer. El Profesor, cuando a propósito del golpe habla de “líderes de minorías oligárquicas animados de odio al pueblo y de una necesidad incontrolable de poder”, acusando directamente a Viriato Fiallo de cargar “toda su vida con la mayor responsabilidad de este golpe”, y añadiendo finalmente: “Hoy está él en el poder con sus cómplices militares” (Bosch, “La gramática parda del golpismo”, Life en español, 11 de noviembre de 1963). El Doctor Balaguer, como siempre más sutil, no menciona explícitamente a Viriato Fiallo pero sí se entrega de manera apenas encubierta al mismo tipo de diatriba en unos de sus discursos de la época cuando, refiriéndose a “los líderes de la Unión Cívica”, los llama: “esos grupos, obcecados por la ambición de poder” (El Caribe, edición del 9 de noviembre de 1963).

¿No le parece a usted extraño, caro lector, ese consenso entre las dos fuerzas políticas que mostraban mayores deseos de poder, una habiéndolo ejercido sin pausa alguna durante la dictadura, otra ofreciendo a los cómplices de la tiranía la impunidad de un “Borrón y cuenta nueva” con tal de atraerse el apoyo del aparato político-militar legado por el tirano, no le parece extraño, repito, ese consenso en contra de alguien, Viriato Fiallo, que luego de haber rechazado, al precio de la prisión y de múltiples sacrificios, todas las ofertas de Trujillo a ejercer la función de su predilección, y luego de haber realizado en 1962, contra las conveniencias electorales, una campaña resueltamente antitrujillista, acepta hipotecar su prestigio asistiendo al Palacio Nacional a raíz del golpe de Estado, para abandonar tan sólo meses después la presidencia de su partido y toda otra actividad pública?

¿Quién, guiado por la ambición, hubiera rechazado como hizo Viriato Fiallo durante treinta y un años, al precio de encarcelamientos y persecuciones, entrar en la cúspide del poder de la tiranía en el momento y la función que él hubiese deseado? ¿Quién hubiera asumido por sed de poder la actitud de Viriato Fiallo ante el golpe de Estado sin exigir en contrapartida, como hicieron otros dirigentes políticos de la oposición, un ministerio o al menos un despacho en el Palacio Nacional desde donde influir en las orientaciones del nuevo gobierno? ¿Quién, repito, hubiera renunciado poco tiempo después del golpe, como hizo Viriato Fiallo, a la presidencia de su partido y a toda actividad política, reconociendo haber “fracasado en el propósito de instaurar el Estado de derecho en nuestro país”?

Veamos ahora la hipótesis siguiente: que en el momento del golpe de Estado Viriato Fiallo se desenmascaró y demostró estar al servicio de la oligarquía del país. Ahora bien, ¿acaso es concebible, caro lector, que sean espurios intereses de clase, de una clase que ni siquiera es la suya (pues Viriato Fiallo pertenecía a nuestra clase media y no a una oligarquía), acaso es concebible, repito, que sean mezquinas consideraciones clasistas las que guiaron la línea de conducta de alguien que prefirió arriesgar su vida en vez de colaborar con la implacable y larga dictadura que nos sojuzgó?

No, ni la avidez de poder ni supuestos intereses de clase pueden explicar la actitud que, ante el golpe de Estado, Viriato Fiallo asumió.

¿Error político entonces? Esa opinión es compartida por muchos dominicanos de buena fe, quienes descartan todo móvil impugnable de parte de mi abuelo. El problema con la misma reside en el hecho de que el término error suele utilizarse cuando lo que está en juego es saber si una decisión es acertada o no desde un punto de vista táctico o incluso estratégico. Pero sucede que en el caso que nos ocupa la decisión pertenece a un terreno diferente, a saber, el de la moral cívica. ¿Debió o no debió Viriato Fiallo asumir la actitud que fue la suya ante el golpe de Estado de 1963? Es pues en el terreno de la ética, y no en el de la táctica o la estrategia política, en el que tiene que ser examinada aquella decisión.

Llegamos así a la otra explicación. Entre el Barateé Fiallo patriota que enfrenta la ocupación norteamericana y la dictadura de Trujillo de un lado, y el que asiste al Palacio Nacional una sombría noche de septiembre de 1963 del otro, existe el abismo infranqueable de la ruptura, peor aún, de la traición a los principios. Como si se tratara de dos personajes diferentes, el uno siendo la negación del otro.

Estaríamos, por así decir, ante un fenómeno de desdoblamiento de la personalidad, o más bien de esquizofrenia política.

¿Y si ése no fue el caso? ¿Si entre el Barateé Fiallo de la ocupación norteamericana y la tiranía trujillista y aquél que acude al Palacio Nacional a raíz del golpe de Estado no existiera ni abismo ni contradicción sino, al contrario, un hilo conductor, un mismo prurito ético, una coherencia moral?

Es esa cuestión la que en los artículos siguientes, con el escalpelo de la lógica y basándome en hechos indiscutidos, me propongo escudriñar.

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