¿Está fracasando el sistema educativo?

¿Está fracasando el sistema educativo?

COSETTE ALVAREZ
Señora Brineman, no leí lo suficiente para detectar si usted vive aquí o anda de pasada. Habló en público sin informarse antes de que Alejandrina coge cuerda, y mucha. De todas maneras, ya que ha mostrado interés por un aspecto tan crucial de nuestra vida, quizás le resulte de utilidad saber que en nuestro país, salvo las excepciones que confirman las reglas, nadie conoce, nadie domina el oficio del que vive.

Me parece, señora Brineman, que usted, o es muy optimista, o es muy diplomática. Le cuento que el sistema educativo no existe en nuestro país, de manera que es imposible que esté fracasando. Tenemos un problema conceptual muy serio. Cuando hablamos de la falta de institucionalidad, sólo pensamos en la vida política. En cierto modo, es así. Cuando nos referimos al sistema educativo, sólo pensamos en las escuelas. Y en cierto modo, también es así.

Esos abnegados padres de familia, que no logran justificar su nomenclatura, dado que estamos en el país de las madres solteras -incluyendo una alarmante cifra de madres precoces- no saben hacer nada, mucho menos cuando son “compañeritos del partido”, o peor, “hermanitos de la iglesia”.

Móntese en un taxi y comprobará que el chofer, que vive de eso, ni sabe manejar, ni sabe dónde queda nada. Cuando usted no quiera más su carro, llame a un mecánico, que probablemente le arreglará lo que tiene dañado, pero con toda certeza le dañará para siempre lo mucho o poco que sirva de su carro.

Si quiere vivir sin luz, no tiene que conectarse ni desconectarse de la red que (no) abastece energía eléctrica y le cobra caro por el “servicio”. Sólo tiene que acudir a un electricista y le aseguro que tendrá oscuridad y falta de energía, toda la que quiera y mucha más. Si de casualidad quiere poner su computadora a descansar, llame a cualquier técnico, el mejor, y su computadora descansará en la paz eterna.

De encontrarse usted entre las extraordinarias personas que pueden vivir sin agua aunque la paguen, le recomiendo que busque un plomero, el más diestro, y jamás verá agua salir por ningún grifo, es más, fácilmente no vuelve a ver el grifo, ni los tubos, ni nada, mucho menos la fortuna que pagó por la “reparación”. Me siento en el deber de advertirle que, mientras mayor y menos reversible sea el daño, más dinero le cobran. Eso es directamente proporcional. Me parece oportuno que sepa que no le hablo solamente de técnicos ni operarios. Los profesionales también. De manera que, cuando vaya al dentista, sepa que tiene muchas probabilidades de salir sin el dolor que la llevó a esa silla de torturas. Eso sí, espere el golpe, no únicamente en su bolsillo, sino en su boca. Cuando empiece a sentir como si le estuviera saliendo un diente nuevo, recuerde que no estamos en edad de eso. Fue que le dejaron algo adentro que anda buscando por dónde escapar.

Espero que no le toque nunca internarse en una clínica local, así sea la más lujosa. En todo caso, antes de ingresar, aunque disponga de un buen seguro, hipoteque todas sus propiedades. Y lleve mucha ropa de cama, porque si no le alcanza el dinero, ahí mismo se convierte usted en rehén, lo que no necesariamente garantiza que la hayan curado de nada.

Apenas tuvo la suerte de quedar viva, y tampoco es seguro que esté mejor que antes de llegar.

Que el tipo del colmado escriba con faltas de ortografía, es una gracia. Mucho me “jayo” que agarre un lápiz y ponga signos más o menos juntos. Sin embargo, esas mismas faltas y peores, más las letras ilegibles, no son nada divertidas cuando salen del puño de un/a maestro/a. ¿Nunca le ha caído en las manos un original de periodista o de escritor/a?

Señora Brineman, no hemos aprendido a decir con naturalidad “buenos días”, ni “gracias”, ni “por favor”. Tenemos una cifra incalculable de abusos a menores, dentro de eso que llaman hogar. Yo no entendía por qué la sociedad ha llegado a ser indiferente ante los mal llamados crímenes pasionales, pero después que vi un pedazo de la película “The Brokenback Mountain”, se confirmaron todas mis sospechas: gran parte de la violencia doméstica tiene su origen en la homosexualidad “de closet”, como le dicen ahora. De machismo, nada.

Nos matan, pero no por celos ni por amor, sino por odio. Nos odian porque somos lo que quisieran ser. Nos insultan por sus sospechas de infidelidad, porque saben que “no cumplen”. Cuando, recontra hartas, réquete insatisfechas, súper frustradas en todos los sentidos, los expulsamos de nuestras

vidas o nos salimos de las suyas, les estamos quitando la comodidad del encubrimiento, la facilidad con la que engañan al mundo, porque “ese hombre no puede ser pájaro: tiene esposa e hijos” (algunos, también tienen queridas; eso, que muchas mujeres, de esas golpeadas, ultrajadas hasta la muerte, no saben que existe otra categoría de hombres que se creen bisexuales -”un hombre al año, no hace daño”, alegan- cuya denominación, escrita, debe lucir muy fea). ¿Se da cuenta, señora Brineman? Como decía mi difunto amigo Tommy, “el que no canta, pita, y el que no pita, tararea”.

La escuela, llamada a ser el centro de operaciones del sistema educativo, es un colectivo. Y nosotras dos sabemos que no hay colectivo que funcione si los individuos que lo componen son disfuncionales. No hay magia que logre tal cosa.

Los individuos que componen la sociedad escolar pertenecen a los grupos aquí caricaturizados y a los que no aparecen en este artículo. No es que el sistema educativo esté fracasando, vuelvo y le digo. Es que no existe. Los individuos llamados a conformarlo no están en condiciones humanas ni de educar ni de ser educados.

Mire cómo somos: ¿Usted vio cómo se movilizó Santiago contra la violencia y la inseguridad por la muerte de una joven estudiante? A mí me afectó mucho: también tengo una hija que estudia medicina y puedo verme en ese espejo, sin tener forma de prevenirlo. Pero quiero contarle que precisamente en Santiago, unos muchachos del mismo estrato social que la joven asesinada, entraron a una casa a robar, se dieron cuenta de que la empleada doméstica los vio, y la mataron. No hubo reacción en Santiago cuando esos niñitos ricos, tan ladrones y asesinos como los demás, eliminaron a la pobre sirvienta.

Es que, “para que se salven unos, tienen que embromarse otros”. En ese tenor, ninguno de nuestros gobiernos habría llegado a serlo, ni habría sobrevivido, si tuviéramos un sistema educativo, no digo yo funcional, ni exitoso, simplemente existente. Imagínese dónde estarían todos: lejos, bien lejos de los poderes del Estado.

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