Esta larga tarea de aprender a morir…

Esta larga tarea de aprender a morir…

Octubre de 1956, mi compadre Rafael Díaz Vásquez viene a estudiar a la Universidad de Santo Domingo y se muda en una pensión ubicada en la entonces Padre Billini 15, altos. Junto con él vivía su primo Leonel Vásquez Noboa. Yendo a estudiar con mi compadre conocí primero a doña Vilma y luego a su esposo Radhamés Virgilio Gómez Pepín, entonces una estrella naciente en el firmamento periodístico nacional.

La amistad se produjo de manera automática, rápida, entre gente que hablaba el mismo idioma y creíamos, todos, que había que salir del tirano Trujillo a como diera lugar. Algunos escuchábamos emisoras extranjeras que comentaban, informaban y fustigaban al tirano. Eran una excelente fuente de información, ya que el férreo control de las comunicaciones de entrada y salida dificultaban saber qué ocurría en República Dominicana y cuáles pasos daban nuestros exiliados antitrujillistas en distintos países de América.

Radhamés fue asignado a trabajar directamente en los viajes del tirano y era mucha la información que obtenía y nos facilitaba, dada su cercanía con el mandamás.

Por los frentes a la Padre Billini 15 quedaba la fábrica de ron de Cochón Calvo que enviaba algunas botellas de rico ron Siboney que eran degustadas por Radhamés, Rafael, Leonel, Panchito González, un ejecutivo de las Águilas Cibaeñas residente en Ciudad Trujillo y yo.

Ya había nacido el Chiqui, Radhamés Gómez Sánchez, primer hijo del matrimonio de Radhamés y Vilma Sánchez, luego llegó Momoncho, Ramón Gómez Sánchez.

Doña Ena era la dueña de la pensión y sus hijos Magaly, Patria Estela y Paíque, constituían una familia muy unida, que nos recibía con mucho cariño.

Meses después Rafael y su primo se mudaron, Radhamés y Vilma también pero no por ello dejamos de buscarlos, de visitarlos y de contar con ellos, sin restricciones, para pedirles y obtener, siempre, su ayuda económica.

Llamábamos a Vilma por teléfono y le pedíamos 10 centavos para fumar, (entonces los cigarrillos Hollywood, de tabaco rubio, costaban a tres por cinco centavos), cuando ella no podía nos decía: vayan al Caribe que Rada está allá. Vayan antes que salga a trabajar. Así era nuestra amistad, nuestra hermandad. La sentida muerte de la nunca olvidada Vilma fue un golpe duro no solo para Radhamés. Hubo muchos otros dolientes.

Después, la vida y el trabajo nos acercaron más al trabajar juntos mucho tiempo en la Revista Ahora, en el periódico El Nacional.

A la hora de su desaparición sólo se me ocurre agregar que “la muerte es una madre nuestra antigua” como escribió el poeta español Juan Ramón Jiménez.

El poeta Capdevilla escribió: “recordar, es ir amontonando vida para que la muerte duela menos”.
Mientras, sigo en “Esta larga tarea de aprender a morir” título de un cuento cubano. Adiós, más que amigo.

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