Estado atrapado, no fallido

Estado atrapado, no fallido

DARÍO MELÉNDEZ
Se opina, se pregona y se exige, combatir el hambre, sinónimo de pobreza en todo el mundo. Aquí se proclama el desarrollo agropecuario, para producir los alimentos que consumimos.

Si se hiciese una evaluación estadística de la producción agropecuaria nacional y se comparara con el consumo real de alimentos, se vería que el país y toda la isla de Santo Domingo, que alberga aproximadamente dieciséis millones de habitantes, no produce ni puede producir los alimentos que consume, los importa –región montañosa–, no posee los terrenos arables necesarios para suplir las necesidades alimenticias de la población, la cual es alimentada desde el exterior por naciones que colocan a crédito sus excedentes en el mercado nacional y endeudan estos países.

Posiblemente ningún país antillano cuenta con las áreas arables y regímenes de lluvia capaces de producir los alimentos que consume, los cuales debe obtener de las naciones que por sus condiciones orográficas producen excedentes, los que colocan en estas islas y por los cuales se endeudan.

Tenemos entendido que, hace unos años se realizó un estudio en la Unión Europea mediante el cual se determinó que un predio menor de cincuenta hectáreas, sin un régimen de lluvia o regadío adecuado, no resulta rentable. Asimismo se estima que sin una inversión de por lo menos veinte mil dólares no se puede iniciar una explotación agropecuaria.

Ante esa situación, pretender erradicar la pobreza en la región mediante una agricultura de subsistencia, sin disponer de las necesarias áreas arables y del regadío o régimen de lluvias adecuados, imprescindibles para producir rentablemente el suministro de alimentos necesarios, para una población de dieciséis millones, ha de continuar siendo dependiente de los excedentes exportables que puedan disponer las naciones productoras. Muchas de las islas vecinas, como Curazao, Aruba, etc., no producen alimentos.

Los productores de alimentos son también comerciantes y no pueden regalar lo que producen, hay que comprarles.

Al igual que el petróleo y los combustibles que consumimos, todo consumo hay que pagarlo, para lo cual hay que producir valores que permitan hacer frente a la demanda de alimentos y demás efectos que no somos ni seremos capaces de producir rentablemente.

El libre comercio abre mercados, mercados más bien de precios competitivos, toda vez que, no contamos con mano de obra especializada para ofrecer artículos de alta tecnología, que son los que valen o generan riquezas, debemos pensar en la capacidad de mano de obra que disponemos y dejarnos de mojigaterías laborales, quien necesita trabajar no anda poniendo condiciones. Podemos producir artículos corrientes, de consumo masivo y tecnología elemental con salarios acordes con lo que se produce. Recuérdese que, a principios del siglo pasado, los productos japoneses eran famosos por su baja calidad, así hay que comenzar.

Olvidémonos que el campo se pueda desarrollar más, lo que el campo puede dar lo da ya, es necesario explorar otras actividades. En Bolivia, Ecuador y áreas circundantes producen coca, que se vende a alto precio y permite intercambio, con todo, la miseria no da tregua.

Pensemos en países que, décadas atrás, eran tan pobres o quizás más pobres que nosotros (Formosa, Hong Kong, Corea, Singapur, Liechtenstein, etc.); hoy, a pesar de sus grandes limitaciones, constituyen naciones solventes, han erradicado la pobreza. ¿Cómo lo han hecho? Corresponde obtener la respuesta.

La República Dominicana, al igual que Haití, está en una encrucijada, una alternativa; se dispone a producir artículos de valor, que les permita pagar los alimentos que consume y no produce, o se mantiene sufriendo hambre y miseria, porque ninguna nación que produce alimentos los va a regalar; hay que comprárselos al igual que el petróleo.

Pensemos en abrir paso libre y franco a la industria criolla, industria de producción masiva, como comenzó Japón después de la primera guerra mundial, en la cual se desangró peleando para nada. Hoy Japón es una potencia mundial, solvente y respetada, a pesar de sus limitaciones geográficas y orográficas, las cuales ocasionaron la trágica hambruna que destruyó su capital, Kyoto.

No hagamos caso a los calificativos de Estado fallido, no existe tal fallo en mentes dispuestas. Lo que nuestro país necesita es producir rentablemente para ser un Estado exitoso. Producir rentablemente significa dar libres y francas oportunidades a los productores criollos o extranjeros que estén dispuestos a competir, dejar al libre intercambio que cree las necesidades y afrontarlas decididamente y sin trabas, subsidios ni cortapisas.

Cuando el mundo reclama la eliminación de las aduanas, reclama la eliminación de impuestos y restricciones, no lo hace por interés grupal, lo necesita para que cada productor busque su mercado y el intercambio cree las necesarias riquezas que habrán de erradicar el hambre, en las áreas que produzcan con qué comprar lo que necesiten.

¿Cómo puede pretenderse que los habitantes de Africa, contiguos al Sahara, produzcan sus alimentos? Y si no los producen, ¿con qué van a comprarlos? Hay que permitirles que produzcan artículos de comercio y así adquirir lo que necesitan para su subsistencia. Igual Haití: los haitianos no emigran si encuentran en sus predios el medio de vida que les permita subsistir, lo que no pueden lograr con la agricultura en una región árida, montañosa e improductiva; necesariamente han de dedicar sus esfuerzos a producir artículos que le representen valores de intercambio, esto es, productos industriales y artesanales, no víveres, porque no se dan en esas tierras.

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