Estado de guerra sin fronteras

Estado de guerra sin fronteras

Un filósofo anatematizado y perseguido por los prejuicios, Nietzche, nos ha planteado un serio reto: «El hombre es algo que ha de ser superado. ¿Qué habéis hecho vosotros por superar al hombre?». Tal cuestión desde entonces ha venido azuzándonos, marcándole ese objetivo a las acciones que emprendemos quienes creemos en esa necesidad de potencializar nuestras capacidades hasta lo divino.

En momentos estelares la especie lo hace en conjunto haciendo retroceder a quienes bloquean las rutas por las que hemos de progresar, superando la pulsión llena de incertidumbres que las grandes crisis generan. Es como acontece actualmente; muros de violencia obstruyen la demanda de Paz que reclamamos en las condiciones que desarmen las agresiones y las estratagemas imperiales que legitiman la autodefensa de los agredidos, quienes le reciprocan las violencias naturales de un estado de guerra.

Piden la paz los agredidos a los agresores agrediéndoles también; y la humanidad siente y viste el luto de unas y las otras víctimas del terror, sea en Bagdad o en Madrid, sin poder remediarlo. «La guerra sin fin, infinita o sin fronteras», con toda su lógica está comenzando y las naciones, no sus gobiernos, atados al tren de la violencia, somos quienes tenemos que articularnos para derrotarla, poniéndole rieles a la época para un rumbo nuevo y dinámica diferente.

En los procesos importantes de la marcha de la humanidad hay una hora oscura como la de la profundidad de la noche, en la que la mayoría duerme, deambulan algunos borrachos y bien despiertos actúan grupos de delincuentes, mientras algunos honrados madrugadores estudian o preparan la jornada, presintiendo el amanecer, precursándolo.

En un momento así antes del 1936 un español, poeta y combatiente luego, León Felipe enronqueció gritando ante quienes dormían: «Ahí viene el lobo», «Hey, que ahí viene el lobo», el que se comió como fascismo a Europa partiendo de la guerra civil española y tras de ella la Segunda Guerra Mundial. Los que le oyeron sin escucharle, lo apedrearon, porque antes que enfrentar al lobo deseaban dormir; otros, más ilusos, lo acusaron de la responsabilidad de que viniera el lobo atraído por su griterío cuando ya Hitler con una manada de gobiernos cómplices, en los que se destacaba la doble moral de la diplomacia inglesa, desollaban a España inaugurando la gran tragedia y las sucesivas carnicerías de la Segunda Guerra Mundial.

Como a León Felipe, nos pasa a muchos y a muchas en este período. Los que duermen se molestan porque no le dejamos su «paz», y los sumisos nos apedrean mientras un gobierno vendido nos persigue sin apartar su mira apuntándonos, porque nuestra lógica y olfato han detectado el secreto del lobo al cual sirve, comprometiendo el destino nacional mucho más allá de lo que lo ha dañado al convertir con su práctica al país y a la isla en base de operaciones para la agresión militar y la desestabilización política que agravará la vida en Haití, República Dominicana, Venezuela, Cuba y Colombia en una operación de limpieza regional dentro de la visión belicista de la Guerra sin Fronteras, dirigida a aplastar la rebeldía caribeña y las luchas a las que estamos obligados en América Latina. Acción a iniciarse antes de que Hipólito sea sacado del poder y en lo posible ejecutada para que se quede en el.

Lo ocurrido actualmente en Haití, más la instalación de un gobierno, milicia y política títeres, comandados por la intervención militar norteamericana, busca usar ese país junto al nuestro, como base para el conflicto regional del Caribe que se avecina, partiendo de montajes, y con la acción de núcleos internacionales y mediáticos, cuyos pasos junto a los del gobierno de nuestra nación debemos observar más que las elecciones mismas.

Nuestro país, arbitrariamente, ha sido involucrado por Hipólito Mejía en la lógica y dinámica de las agresiones de Bush y su concepto de la Guerra sin Fronteras y en contra del terrorismo, preceptos bajo los cuales se enmascaran las agresiones a otras naciones, violando el artículo tercero de la Constitución de la República que reza categóricamente en su parte final: «El principio de la no-intervención constituye una norma invariable de la política internacional dominicana». Violación constitucional que implica graves peligros y repercusiones, mayormente en el estado de vulnerabilidad en la que estamos social, económica y políticamente, y peor moralmente ante la comunidad de los pueblos que juzgan lo inadecuada de la acción que a nombre de la República hace el señor Presidente, quien no entiende que nuestro legislador en ese artículo tercero de nuestra Constitución descansó nuestra paz futura y el escudo de nuestra soberanía, hoy por él, escandalosamente inexistentes.

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