¿Estado discontinuo?

¿Estado discontinuo?

Las calamidades de este país no terminan en la falta de propuestas factibles de sus políticos, que en cambio son muy prolíficos en el arte producir respuestas, insultos y descalificaciones para con sus rivales. De esto hablábamos ya en nuestro Editorial de ayer.

Esa misma casta de ciudadano que sale cada dos años en pos de las cuotas de poder otorgables a través del voto, ha sumido al país en una situación tal, que ya se ha perdido la facultad de planificación a mediano o largo plazos en base de una agenda nacional de compromiso.

Por mucho tiempo, los políticos de este país han manoseado a su antojo el concepto «agenda nacional», pero lo que menos han propiciado ha sido las condiciones necesarias para armar ese inventario de propósitos y metas, de vías y medios para lograrlas en el tiempo.

El Diálogo Nacional, por ejemplo, ha sido un espacio de concertación que en oportunidades ha dejado traslucir vocación de propiciar una agenda de compromiso. Algunas reformas que se han hecho en el país, sobre todo en el aspecto político, han surgido de esta mesa de concertación. Sin embargo, el síndrome de la discontinuidad ha seguido afectando al Estado y nadie puede decir que las fuerzas sociales hayan convenido que dentro de tantos o cuantos años habremos de tener asegurados tales o cuales logros.

Para perjuicio de todos, en el ejercicio político, y sobre todo en el desempeño de funciones de poder, se ha tomado muy en serio aquello de que «cada maestro tiene su librito», y los políticos nuestros proceden siempre apegados a esta premisa.

[b]-II-[/b]

Se podría intentar refutar estas críticas con el argumento de que, por ejemplo, el actual Gobierno ha continuado la mayoría de las obras dejadas inconclusas por la administración anterior, y ésta última, a su vez, que concluyó todo aquello que su antecesor dejó sin terminar. Sin embargo, esta continuidad del Estado sólo ha sido válida en lo que concierne a las obras visibles, capaces de generar utilidad política, empuje proselitista en beneficio de la causa del momento. Pero hay algo más, pues la mayoría de las obras físicas ejecutadas o iniciadas por los distintos gobiernos se han correspondido con la voluntad de los gobernantes de turno y no forman parte de una agenda de desarrollo de aplicación continua.

Es penoso que los dominicanos no podamos enumerar nuestras metas en ciertas materias. No siquiera la construcción de nuevas escuelas o la remodelación de hospitales obedecen a un ejercicio de continuidad y por esa causa es frecuente que obras de esta naturaleza queden paralizadas, interrumpidas por años, desde que pierden vigencia las causas que motivaron que fueran iniciadas.

Debido a que cada maestro opera en base a su propio librito, cada gobernante llega al poder con planes trazados en función de las conveniencias propias o de la fuerza política que le haya impulsado, no partiendo de las necesidades que tenga el Estado.

La diferencia entre un Gobierno y otro debería estar dada por la capacidad, habilidad e iniciativas de cada uno para lograr las metas de una agenda nacional de compromiso con el menor costo social, financiero o político, pero cuidando siempre de no exponer al Estado, como se le expone actualmente, a los daños de la discontinuidad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas