Estado fallido

Estado fallido

UBI RIVAS
Los diarios del país insertaron un despacho noticioso, el 29 de junio último, fechado en Washington, D.C. en el cual un estudio de Foreing Policy y el Grupo Fondo para la paz determinaron que República Dominicana es un «Estado fallido».

Esas dos ONG nos colocan a nivel de Costa de Marfil, Sudán y Congo, los tres primeros estados fallidos para esas dos ONG, puntualizando para su denominación y/o clasificación de las motivaciones de que «el síntoma más común de fracaso del Estado entre los analizados es el desarrollo desigual, añadido con el alto índice de pobreza y de injusticia y no la pobreza, es el mayor determinante de inestabilidad.»

Todos los señalamientos de las dos ONG se enmarcan en los lineamientos generalizados que determinan al nuestro como un país típicamente subdesarrollado, aunque necesariamente esos condicionamientos negativos no traducen un «Estado fallido», sino una democracia fallida.

El Estado no es fallido porque conserva intactas referencias de cierto orden, gobernabilidad, crecimiento económico aproximado de un 3% y una inflación en esos mismos guarismos de un dígito, un gobierno que se empecina, compulsado por elecciones intermedias del año venidero, en nivelar desaciertos pesadamente heredados de la administración anterior, y procura estabilidad económica manteniendo a raya la tasa cambiaria del dolar a menos de 30 X 1 cuando la encontró a 50 X 1.

De manera que no es ni remotamente comparable ni justo ni equitativo, situarnos a nivel de Haití, un Estado inviable, Sudán, víctima de los señores de la guerra, las hambrunas horribles y lo propio del Congo, rebatiña de las metrópolis opulentas para succionarles sus diamantes, cobalto, tungsteno y uranio, elementos vitales para confeccionar artefactos nucleares.

Democracia fallida sí lo somos cuando detectamos, conforme denunció en HOY el 16 de junio último el superintendente de Bancos, Rafael Camilo, que el 4.4% de los clientes bancarios perciben el 85% de los préstamos, contra el 95% de la clientela que sólo absorbe el 4%.

Democracia fallida cuando percibimos que el director de Impuestos Internos, Rafael Hernández, se opone a la sugerencia del CONEP de variar el 13% del recargo cambiario para derivarlo al 8% de la canasta básica.

En esas solas dos referencias advertimos que en manera alguna la democracia puede funcionar con esos parámetros y esa visión miope de los condicionamientos sociales, y lo que realmente interactúa aquí no es una democracia, sino una embudocracia y una aristocracia del dinero. También cuando percibimos que los tres partidos políticos mayoritarios, en realidad, es la deplorable, pero «constante» experiencia, accionan e impulsan proyectos de partidos, de grupos, en vez de proyectos de nación o país, porque lo primero aún no llegamos a concretizar y los segundo, apenas un amago, rememorando a Narciso Sánchez, padre de Francisco Sánchez del Rosario.

Democracia fallida la percibimos cuando comprobamos que en el país no hay orden definido, ni voluntad política para concretizarlo, y debido a que no hay orden, entonces no hay respeto al prójimo ni al entorno, y las autoridades son desafiadas ora por buhoneros, ora por choferes, ora por invasores de terrenos ajenos, que reclaman compensaciones por violar la ley, cuando lo procedente es desalojarlos como indica precisamente la ley. Democracia fallida y Estado en declinación por asfixia de la soberanía prácticamente volatizada cuando percibimos la creciente imigración ilegal haitiana de más de medio millón de individuos porque los gobiernos son renuentes a hacer cumplir la ley 268-04 que regula la inmigración, es decir, que estamos ante la evidencia palmaria del incumplimiento por el Estado, del imperio de la ley, el hombre fuerte que en realidad necesitamos, no uno uniformado y entorchado, que siempre impone la arbitrariedad más que el cumplimiento estricto de las leyes agravando y complicando el entorno, que siempre entonces culmina en un charco de sangre como el 29-07-99 y el 30-05-61, en Moca y en la autopista 30 de mayo.

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