Estado fallido no; fallecido

Estado fallido no; fallecido

ALEXIS ESPINAL TACTUK
Muchas cuartillas como respuestas se habrán escrito en nuestro país luego de que alguien, en este caso una honorable ONG, nos haya colocado la etiqueta de Estado fallido. Quiero unir mi voz a las miles de voces que desde hace más de un mes han repudiado ese adjetivo que se le ha querido colocar al Estado dominicano.

En estos días recién pasados conversábamos con un amigo, intelectual y profesor universitario, el doctor Tirso Mejía Ricart, quien sobre el calificativo que nos endilgaban nos comentaba que como Estado no nos cabía lo de fallido ya que aquí vivíamos en un régimen democrático, con elecciones cada cuatro años para los diferentes niveles, que no teníamos problemas étnicos ni religiosos, que nuestros problemas sociales mal que bien nuestros gobiernos lo habían manejado de una forma u otra y que aún con la delincuencia que últimamente nos abate, estábamos todavía entre los sitios más seguros del área.

Mi amigo Tirso hacía planteamientos con mucha lógica y conceptos muy claros sobre lo que era o no un Estado fallido y esos enunciados eran pequeños ejemplos de que en realidad no lo somos. Terminada nuestra conversación con el doctor Mejía Ricart nos pusimos a reflexionar sobre sus planteamientos y llegamos a la conclusión de que realmente no somos un Estado fallido sino un Estado fallecido.

Un Estado, que al cabo de 44 años de derrocada la dictadura no puede exhibir un sistema de seguridad social que le proporcione a nuestros envejecientes un final de vida más digno, es un Estado fallecido. Un Estado, cuyos conductores no pueden presentarle al país una propuesta firme y seria sobre como resolver el problema de los apagones y la basura y en el que n exista la más remota posibilidad de resolver los problemas de educación, alimentación, es un Estado fallecido; un Estado, en el que sus ciudadanos no tengan ni siquiera la educación cívica necesaria para que respetemos las leyes y ordenanzas de cosas tan simples como no violar una luz roja de un semáforo y no transitar en vía contraria por nuestras calles y avenidas, es un Estado fallecido; un Estado que ni se preocupa ni tiene planes firmes para luchar contra el terrible flagelo de las drogas y de los juegos de azar, generadores del avance de la delincuencia que nos reta, golpea y aniquila, es un Estado fallecido, además un Estado en el que los corruptores de siempre, fabricantes de corruptos, no entienden que el Estado es de todos y no de un grupo para hacer u deshacer, para evadir impuestos y vivir en el contrabando, en la inmoralidad y en la impunidad, es un Estado fallecido.

Como colofón a todo lo anterior, nuestros grandes partidos acaban de celebrar sus convenciones para renovar sus cuadros dirigenciales sin que en algunos de ellos, en dichos procesos, no saliera a relucir el fantasma de la trampa, la mañosería y la corrupción. Ellos, los que nos van a dirigir, los que van administrar el Estado, los que nos trazarán pautas de que y como hacer las cosas son los primeros muertos de un Estado que falleció hace tiempo por culpa de nosotros mismos.

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