Estado y partido-empresa

Estado y partido-empresa

CÉSAR PÉREZ
La naturaleza de los procesos de eleccionarios internos para los puestos de dirección en los tres más grandes partidos del país, todavía en curso, y la reciente información sobre nuestra inclusión en la lista de las naciones con estados fallidos o por colapsar, hacen pertinente la reflexión sobre la estrecha relación que existe entre los modelos partidos y los modelos de estados. Al mismo tiempo, son otra demostración de que los partidos poco a poco han dejado sus funciones de mediaciones políticas para convertirse en empresas reproductoras del poder y de los intereses económicos de sus militancias y de los poderes fácticos.

La información que da cuenta de nuestra inclusión en tan deshonrosa lista, constituye otra confirmación de la consistencia del Informe del PNUD sobre el Desarrollo Humano en nuestro país, en el cual se demuestra que nuestro crecimiento económico ha sido un esfuerzo esencialmente fallido. Replantea además, la pertinencia de establecer la debida responsabilidad de la clase política y los grupos empresariales en esa incapacidad distributiva de la riqueza del estado dominicano, que hace de neutro país uno de los más desiguales del mundo.

El cambio operado en cuanto a las funciones de los partidos en los sistemas plurales y competitivos de esas mediaciones, no solo es profundo, sino complejo. En los sistemas políticos monopartidistas existe un solapamiento entre los roles del estado y del partido; en los sistemas competitivos de partidos eran claras las diferencias de roles de esas dos instituciones, pero en la actualidad esas diferencias prácticamente han desaparecido y como tendencia esto se ha acentuado en nuestro país en los últimos nueve años.

Por otro lado, estos procesos de elección interna se diferenciaron muy poco de las campañas electorales para elegir a lo funcionarios públicos. La masiva utilización de los spot televisivos, las cuñas radiales, las vallas, los afiches, las estrategias de imagen y las encuestas, etc., para promover las candidaturas individuales impidieron todo debate alrededor de ideas y reforzaron el sistema de corrientes o de grupos clientelares al interior de esos partidos y con ello reforzaron la tendencia que hacen de esas instituciones nuevas formas de grupos corporativos con fines esencialmente empresariales, sirviéndose de su control de Estado.

Los militantes de esos grupos, a los que eufemísticamente le llaman tendencias, no hacen política vinculados a la sociedad como fue una vez, sino al interior de sus partidos. Es lógico que si el partido no es portador de ideas, de ideologías o de proyectos de sociedad, no tenga nada que comunicar a la sociedad, las labores de la militancia se reduce al cabildeo interno, a la ganancia de nuevos militantes votos para fortalecer su corriente. Al exterior del partido, el militante a lo sumo tiende a vincularse con sectores ligados a la producción para generar recursos para las campañas o a otras agrupaciones para coyunturales alianzas.

Por eso, estos procesos eleccionarios internos arrojan la aparente paradoja de que muchos militantes prácticamente desconocidos por sus comunidades, pero sí muy conocidos por su activismo interno, fueron más votados que muchos que por sus características personales e intelectuales inciden y son más conocidos en la sociedad. El valor que más se destaca es que tal o cual militante tiene estrecha vinculación con la base, que la protege, que se ocupa de ella y le “resuelve”, valores éstos propios de la actividad empresarial, no de la actividad política de otros tiempos.

Este tipo de trabajo político, donde el partido se cuece en su propia salsa, determina una clase política auto-referencial (no hay referencia a una clase o grupo social) que hace de la acción política un fin en sí mismo, orientada hacia la reproducción del poder a través del clientelismo, la corrupción y colusión con los intereses de los poderes fácticos. Un examen de las fundadas denuncias sobre entrega de terrenos del Estado a sectores empresariales para que éstos potencien sus negocios en las ramas de la zonas francas, del turismo y hasta de centros educativos,  como en Santiago y otros lugares, demuestra que los grupos políticos tradicionales son esencialmente los empleados de los grupos empresariales, como dice Antonio Gramsci.

Demuestra además, que en definitiva, los más beneficiados de la corrupción son los grupos de intereses privados, no la militancia partidaria, porque como dice F. Izzo, la corrupción más que con la lógica del poder, se corresponde con la lógica del mercado. Sin embargo, en nuestro país la clase política tiende cada vez más a confundir sus funciones en la administración pública con sus actividades empresariales privadas, práctica ésta que, contrario a toda racionalidad y a toda ética parece ser lo más normal.

En tal sentido, que los procesos de elección interna de los partidos mayoritarios hayan terminado con pocos tiros al aire, esporádicos robos de urnas, con limitados sillazos y trompadas, no es lo más importante. Lo relevante es que esas elecciones ponen en evidencia la acentuación de un modelo de partido-empresa que, junto a los intereses de grupos privados, impiden la real democratización de la sociedad dominicana y que de mantenerse esa tendencia, seguiremos descendiendo en la lista de los llamados estados fallidos. Es en ese comportamiento de esas fuerzas nacionales, no en otra causa, donde básicamente radica la real amenaza de nuestro presente y futuro como país.

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